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   Funcionaba, por segundo día consecutivo había alcanzado la lucidez onírica. Aunque no había logrado lo que quería. 'Es sólo cuestión de tiempo, tengo que mejorar la incubación del sueño', pensó. Noche tras noche, antes de ir a dormir, miraba las fotos y videos de Constanza en las redes sociales. También incrementó las alarmas de los reality checks, pero no pudo volver a soñar con ella, ni alcanzar la lucidez. Después de varios días empezó a desmotivarse y dejó de hacer la prueba de llevarse el dedo a la palma de la mano cuando sonaba la alarma, hasta que un día las apagó, no podía seguir con eso, sentía que estaba enloqueciendo. Las vacaciones le iban a hacer bien, pensó y así fue. Los primeros días le costó desconectarse y seguía a Constanza por las redes sociales, pero después de unos días su mente ya estaba en modo vacaciones y durmió, comió, leyó y escuchó música tanto como pudo. Volvió a escuchar los clásicos de los Stones: Tatuado y Sticky Fingers, era la época que más le gustaba. En el hotel, con la toalla atada a la cintura después de bañarse, imitaba los pasos y gestos de Jagger en el escenario. No podía dejar de pensar en cómo habría sido la vida de su ídolo: componer junto a Richards, las giras, subir al escenario frente a una multitud.

   Una noche, sin motivo aparente, volvió a soñar con ella.

   Empezó justo donde había quedado la vez anterior, Constanza arrodillada en su cama en ropa interior y con su musculosa blanca.

—Hola Richie, ¿a dónde te fuiste? —le dijo ella.

   Se acercó y la besó. Entrelazó los dedos de una mano por su nuca y separó sus cabezas, quedando las lenguas rozándose al descubierto, ella pasó sus manos por debajo de la remera y empezó a acariciarlo, le lamió y le mordisqueó los labios con violencia y precisión. Él se quitó la remera y le sacó la musculosa. Sus pechos excitados quedaron a la vista. Los recorrió con sus manos, los apretó y acarició mientras se besaban, haciendo que la respiración de ambos se volviese pesada y profunda. Descendió con su boca por el cuello hasta llegar a los pezones de color rosa, los recorrió con la punta de la lengua y los lamió alternando entre uno y otro. Ella dejó caer la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos, y le agarró la nuca mientras se sostenía con la otra mano. Él se arrodilló en el piso al borde de la cama y le quitó lo poco que le quedaba de ropa, le acomodó la planta de los pies sobre sus hombros y su boca fue avanzando por la cara interior de los muslos hasta llegar a su entrepierna. La recorrió con su aliento y empezó a besarla superficialmente. Ella se arqueó, le agarró la cabeza y la masajeó con la yema de los dedos, él empezó a lamerla. Constanza lanzaba jadeos desordenados. Ricardo, con las manos debajo de sus rodillas, le alzó las piernas y la dio vuelta, dejándola boca abajo. Empezó a besarle sus glúteos. Se fue sumergiendo en un abismo de placer indescriptible. La mordisqueó, la escupió y la penetró con su lengua. Ella acompañaba con movimientos ondulantes y gemidos entrecortados. Salió de su posición. Golpeando su mano contra la cama, lo invitó a acostarse.

—Ahora me toca a mí —le dijo.

   Le quitó el short que llevaba puesto y apareció su miembro en su estado más viril. Se agachó, se puso el pelo de costado y se lo metió en su boca hasta donde pudo; con una mano acompañó los movimientos y con la otra acarició sus genitales. Lo sacó de su boca y lo recorrió por el costado con sus labios de un extremo al otro. Su boca descendió hasta sus genitales, su mano seguía ascendiendo y descendiendo firme y con ritmo. Los lamió con presión y los frotó contra sus labios. Los recorrió con la lengua plana y áspera desde su base hasta la punta del pene, que sumergió nuevamente en su boca. Lo sacó completamente erecto y humedecido, avanzó con sus rodillas sobre él, lo acomodó entre sus piernas, cerró sus ojos y mientras soltaba una exhalación fue descargando el peso de su cuerpo sobre él. Sus movimientos de cadera eran lentos y profundos, sus ojos estaban cerrados y su cabeza se balanceaba despacio de un lado a otro. Él le besó los pechos, ella le tomó la mano derecha y se llevó dos dedos a su boca. Él le agarró la cola, deslizó una mano entre sus muslos y la estimuló con cada movimiento, penetrándola de a poco con su dedo mayor. Ella gimió y comenzó a montarlo con más intensidad, su pelo dorado formaba un cortina entre sus cabezas, su respiración entrecortada era cada vez más rápida, como si pudiera predecirse el momento exacto en que iba a producirse "la pequeña muerte". Su excitación lo hizo desbordar de placer y en un estallido de gozo que no pudo contener, eyaculó. Ella pudo sentir la tibieza, apretó los ojos con fuerza y exhaló un gemido como si hubiese dejado escapar a un demonio.

0N1R1C0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora