Parte 3: DÓNDE ESPERA LA MUERTE

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Gortina.

Recordaba a su padre, el rey Minos, venir aquí para pedir consejo a los Dioses. En aquellos días abandonaba el palacio durante dos o tres días, en la más estricta soledad, y cuando volvía lo hacía pletórico, lleno de entusiasmo e impartiendo órdenes que debían ser seguidas a pies juntillas.

Sus recuerdos de aquella época estaban desdibujados, era tan solo una niña la primera vez que él se había marchado y, la siguiente, mucho más nítida en su mente, había marcado también un cambio en su vida.

Se estremeció al recordar aquella noche, cuando con solo catorce años, se había adentrado en las entrañas del palacio. La inquietud y el cambio en la rutina que los previos días se había instalado entre las paredes de su hogar habían tenido el punto álgido ese día. Los sirvientes parecían haber desaparecido después del anochecer, su ama la había llevado incluso antes de lo acostumbrado a dormir e incluso la había encerrado en sus aposentos.

Pero si había alguien que conocía cada uno de los secretos del palacio era Arihagne, se había pasado toda su infancia correteando por los corredores, jugando en sus pasadizos, convirtiendo en su propio secreto esos que guardaban las paredes y no le resultó difícil abandonar su habitación y saciar por fin su curiosidad.

Los secretos antes o después salen a la luz. Aquella era una regla no escrita y que siempre acababa confirmándose, especialmente cuando pretenden ocultarse bajo las narices de todas las personas.

Ella sabía que no todo era luminoso en su hogar, no solo era una hija ilegítima, despreciada por sus hermanastros, sino que su padre no era el hombre amoroso y recto que había creído de niña.

Podía hacer como si no pasase nada, como si bajo sus propios pies no desapareciesen, año tras año infinidad de personas de las que nunca se volvía a saber.

El palacio en el que había hecho su hogar desde que era una infante de cinco años era una inagotable fuente de misterios, desde su intrincada construcción, llena de pasadizos que parecían conducir a paredes lisas, puertas que no eran puertas y habitaciones que engañaban a la vista siendo más grandes de lo que parecían, hasta los ocasionales lamentos que se escuchaban en las noches más oscuras, cuando la luna decidía mantenerse oculta o los estremecedores golpes que hacían retumbar las paredes de sus propios aposentos.

—¿Qué son esos ruidos, padre? —Solía preguntar de niña.

—Los lamentos de los condenados, los gritos de aquellos que van en contra de la sabiduría de tu padre, hija mía.

—¿Es verdad que hay un monstruo encerrado en las entrañas del palacio?

—Un horrible monstruo, un ser con cuerpo humano y cabeza de toro que te devorará si no eres una niña buena y virtuosa —le aseguró con ese tono de voz que hacía estremecer su pequeño cuerpo—. Pero si eres obediente, si haces todo lo que te dice padre, ese monstruo permanecerá siempre encerrado dentro del laberinto y nunca te tocará.

—Seré buena y virtuosa, padre, nunca os desobedeceré.

Y no le había desobedecido, de niña había permanecido siempre en el círculo íntimo de sus niñeras, su madre, una ninfa, la había entregado sin mayores remordimientos a su padre para que fuese criada como una princesa cretense y había sido educada como una. Solo la reina Pasifae y sus dos hijos resentían su presencia, pero con el tiempo el resentimiento se había convertido en simple olvido. Para ellos, Arihagne no existía, no era alguien a quién valía la pena prestar atención. De hecho, la reina ni siquiera parecía llevarse bien con su padre lo que la había llevado en más de una ocasión a preguntarse por qué no había elegido entonces a su madre como reina.

Minos -La voz del laberinto-Where stories live. Discover now