Mío-Dramione

I

Hermione

-Es la niña más hermosa del mundo, ¿A que sí?

Sonreí, recostándome sobre el pecho de Draco y sintiendo mi corazón hincharse de felicidad, pero sin despegar los ojos de mi hija.

Rose se removió en mis brazos, y apoyó una de sus diminutas manitas justo por encima de mi pecho izquierdo.

Draco me rodeó con sus brazos, acariciando la mano de Rose con tanto amor, que se me llenaron los ojos de lágrimas.

-Lo es. Es preciosa.-Respondí, y Draco enterró su rostro en mi cuello, besándome allí, en mi punto débil.

-Vamos a la cama, amor.-Me estremecí.

Un año y medio habían pasado ya desde que lo conocí, pero la electricidad que recorría mi cuerpo cada vez que lo tocaba, o siquiera escuchaba su voz, no había menguado ni un poquito.

Me incliné para depositar a mi pequeña en su cuna, y Draco besó su frente antes de tomar mi mano y llevarme fuera de la habitación.

-Cielos, cuánto te extrañé.-Susurré un segundo antes de que me tomara en brazos, cargándome como una novia.

-No más de lo que yo te extrañé a ti.-Susurró, volviendo a besarme en los labios.

Suspiré.

Cuatro semanas alejada de él eran demasiado.

En cuanto volví a sentirlo allí, junto a mí, fue como si las nubes se hubieran despejado.

Volvía a estar en casa. Sano y salvo.

Reí tontamente cuando reboté sobre la cama, y Draco trepó sobre mí, sonriendo como un depredador.

-Voy a hacerte el amor hasta que no puedas hacer otra cosa que gritar mi nombre.-Susurró amenazantemente, para luego romper mi camisa, haciendo saltar los botones por toda la cama.

Lo miré con la boca abierta.

-¡Draco!- ¡Esa camisa era nueva! Golpeé su hombro juguetonamente.

-Sí, cariño, ese es mi nombre.-Rodé los ojos mientras él se inclinaba, besando la parte superior de mis pechos con adoración.

-Mi hombre de las cavernas...-Suspiré, y lo sentí sonreír contra mi piel.

-Te amo, pequeña.-Murmuró, y volví a estremecerme.

-Te amo, nene.-Susurré, justo antes de perderme en él.

.

-¿Draco?

-Mmh.-Enterré mi pecho en su rostro, y me levanté para mirarlo a la cara.

Sus ojos grises, brillantes y rebosantes de placer me devolvieron la mirada, y con un suspiro, volví a intentarlo.

-¿Alguna vez lo dejarás?-Arqueó una ceja y yo suspiré. Él sabía de qué estaba hablando.-Ya sabes, la... la mafia.

Mi rubio frunció el ceño, y se levantó de la cama en un rápido movimiento.

-Ya habíamos hablado de eso.-Refunfuñó, poniéndose de pie y caminando hacia el cuarto de baño.

Enfadada, me dejé caer sobre la cama.

-Lo sé, pero no pararé de preguntártelo hasta que no me respondas lo que quiero oír.-Lo sentí bufar antes de cerrar la puerta, y me giré, quedando de costado y de espaldas a la puerta por la que él había desaparecido.

-¿Por qué insistes tanto en lo mismo?

Respondí un par de minutos más tarde, cuando estuve segura de que el nudo que sentía en la garganta no me impediría hablar.