Memorias de Noel II

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"—El flujo sanguíneo se elevó demasiado ¡Va a dañar el tejido cerebral!

El eco de aquellas voces me llegaba desde muy lejos. Flotaba en una oscuridad viscosa e infinita.

— No puedo detenerlo. El implante descompensó su sistema nervioso.

No quería que me salvaran, ni tampoco ser despertado. Quería quedarme ahí, cómodo, tranquilo, protegido.

—¡La presión intracraneal es exorbitante!

No podía lidiar con la hostilidad del mundo. Estaba harto del dolor. De la humillación. Ahí estaba bien. Ahí nadie podía jugar con mi mente ¿Por qué no me dejaban en paz?

—¡Convulsiona!

¿Moriría? Me daba igual. Quizás era mejor de esa manera. Aún no sabía cuánto estaba por cambiar mi vida.

—¿Hace cuánto está en coma? —preguntó León, quien era tu novio y tenía mucho peso en el orfanato por ser el hijo del dueño. Yo no tenía fuerzas para abrir los ojos, pero escuchaba.

—Dos días —respondió Alfredo Vivant, el padre de tu novio—. El accidente fue grave... pero creíamos que para este punto ya se habría despertado.

—A esta altura, si lo hiciera, sería con graves secuelas—«¿Mi vida empeoraba aún más?»—. Pobre diablo. Les avisé que era demasiado joven.

—Los dirigentes de la Resistencia tuvimos un comité y acordamos hacerlo. Concluimos que cuanto más inmaduro es el sistema nervioso, más poderosa es la conexión con el implante. Y que vamos a...

—... necesitar toda la fuerza posible para la guerra que se avecina —León terminó la frase por él. Por su tono, estaba cansado de escucharla—. Pero si el chico muere, no te servirá de mucho.

—No morirá —respondió Alfredo con una seguridad de la que era evidente que carecía—. Aparte, es el décimo primer implante que colocamos. Ninguno enfrentó problema alguno.

—Papá, con que le arruines la vida a un solo niño, ya eso te convierte en un monstruo —dijo León. Su voz sonaba más aguda que de costumbre. Estaba compungido.

—¡Basta! No le arruiné la vida a nadie —replicó su padre—. Todos los médicos coincidieron en que no hay razones biológicas que justifiquen su prolongado coma. El niño está bien.

—¡¿Y por qué no despierta?!

Porque no tenía motivos para hacerlo. Si, de todas formas, a nadie le importaba ¿Para qué volver?

«Para recordarle a los gusanos quién está en la cima de la cadena alimenticia». El pensamiento brotó esporádicamente de una llama que ardía a temperaturas imposibles entre mis entrañas.

Abrí los ojos. Un intenso dolor atenazaba mi espalda.

—Te hicimos un implante —me dijo el dueño del orfanato—. Tranquilo, no hay nada que temer.

Estaba en el orfanato, pero en una habitación que no conocía. León se había marchado, dejándome solo con Alfredo. Era pequeña, pero había una sola cama. Aquello me llamó la atención: como recordarás, ningún cuarto contaba con menos de cuatro.

—¿Por qué... no me preguntaron? —Las palabras salieron de mi boca con un hilo de voz. A mis catorce años, cuestionar a un mayor me resultaba un gran atrevimiento.

—Soy tu tutor. Tengo potestad sobre vos hasta que tengas dieciocho. De todas formas, sabés que siempre he tratado de ayudarte y que jamás haría algo que creyera que no es lo mejor para vos. —Era cierto; de hecho, probablemente la razón por la que los matones del barrio se empeñaban conmigo, fuese por esa marcada preferencia.

La brutalidad de un hombre sin amorحيث تعيش القصص. اكتشف الآن