FIC. HISTÓRICA: Yo lo sabía

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—¡Vamos, madre, déjeme ir! —pedía Mercedes, con sus manos puestas en señal de súplica—. ¡Pero si está aquí delante en la plaza!

—Te he dicho que no. Hasta que no llegue tu hermano, nada.

—¡Pero va a empezar el último pase! —insistió, pero solo consiguió que su madre la ignorara, no queriendo darle más explicaciones.

Mercedes bufó en disgusto, dando un golpe con el pie en el suelo para mostrar su disconformidad. Su madre la miró frunciendo el ceño y ella se marchó hacia su habitación, no queriendo enfadar a su madre y que al final no le diera permiso para ir al circo.

No entendía por qué no podía ir ella sola, al fin y al cabo ya tenía dieciséis años. Era lo suficientemente mayor, ¡y ya habían entrado en el siglo XX, por el amor de Dios! Ella siempre tuvo la impresión de que el cambio de siglo traía revoluciones consigo, que traía modernidad, eso había escuchado de los más mayores. Pero no, después de cinco años ella seguía sin tener libertad, y tenía que esperar a su hermano para que la acompañara. Él tan solo tenía un año más, tampoco creía que hubiera tanta diferencia.

Nunca pasaba nada interesante en el pueblo y por fin venía un circo. Al menos podría divertirse con los payasos, disfrutaría con los exóticos animales y tal vez la vidente, cuya imagen mostraban los carteles, le adivinaría el futuro.

—¡Ayuda! ¡Ayuda! —escucharon de pronto madre e hija.

Ambas se asomaron por la ventana antes de salir, viendo el gran resplandor que había donde estaba el circo ubicado. Una humareda negra se elevaba desde la misma carpa central.

Los vecinos salían de sus casas, llevando con ellos cubos para llenarlos de agua en la fuente de la plaza. A medida que iban llegando, se iban incorporando a la cadena humana para lograr apagar las llamas. Mercedes y su madre se unieron a los demás lo más rápido que pudieron.

Fue imposible. La madera de los travesaños y las telas de la propia carpa hicieron que el fuego se propagara demasiado rápido. Por suerte para todos, los espectadores y el elenco habían conseguido salir a tiempo.

Todos se quedaron mirando el desastre ocurrido, la mayoría con marcas de hollín en la cara, cuerpo y ropas.

—Yo lo sabía —dijo de pronto una mujer, ataviada con una túnica azul y un colorido turbante.

Todos los que la escucharon giraron su cara para mirarla. Mercedes la reconoció por los carteles que había visto de ella y se quedó allí al lado escuchando.

—Se lo dije a François —continuó impasible—. ¿Lo recuerdas, Magdalena? —le preguntó a la mujer barbuda, que estaba justo a su lado.

—¿No le dijiste que era posible que realizara alguna remodelación en la casa? —inquirió esta como respuesta.

—Pues eso. Yo lo sabía.

Mercedes trató de esconder su sonrisa con su mano, aunque su madre la pilló.

—¡Ni se te ocurra pedirle una predicción! —le susurró al oído.

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