MITOLOGÍA: Dioses electos

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—¡Efsthios, Efsthios! —Escucho mi nombre desde lejos. Parece ser Filippos, el hijo del vecino, que vive tan solo a dos kilómetros de aquí—. ¡Rápido, ven!

¿A dónde pretende que vaya ahora? ¿No ve acaso que estoy sembrando?

—¿Qué ocurre, Filippos? —pregunto paciente.

—Se está liando —dice tomando aire—. Los Dioses. Están preparándose para pelear.

—Pero... será en el Olimpo, o en el cielo, o en su casa si quieren... ¿no?

—No, señor. Mi padre dice que vaya, que solo usted puede pararlos.

Me explica la situación un poco más calmado y no me lo puedo creer. No, no y no. Me niego a pasar otra vez por lo mismo. No, no podemos permitir que de nuevo los dioses se pongan a pelear y nosotros seamos los que sufrimos las consecuencias... ¡y el frío! Como lo que pasó con Hades y Deméter. Ufff.

Porque ellos serán muy dioses, pero se parecen a mis niños, que tienen peleas que hace que discutamos mi mujer y yo, y luego, a los cinco minutos, se están hablando tan tranquilos, mientras que a mí me toca dormir en el sofá.

Tengo que impedirlo, de alguna manera tengo que hablar con ellos y que entren en razón. Basta ya de usar sus rayitos de poder, sus tridentes, espadas, bolas de fuego o lo que sea ahora.

Llegamos corriendo hacia donde están Ares y Marte. Parece que se quieren lanzar rayos con la mirada pero se contienen hasta que empiece el combate.

—Disculpen, señores Dioses —comienzo con todo el respeto que puedo. En fin, no quiero que me fulminen a mí—. Creo que hay una pequeña disputa aquí...

—¿A quién llamas eso, simple mortal? —pregunta Ares con voz fría.

—He dicho DISputa, señor —aclaro y trato de retomar—. Me ha dicho Filippo que tienen un problema de poderes.

—¡Yo soy el señor de la guerra! —exclama Marte.

—¡Soy yo el Dios de la guerra! —contradice Ares.

Aesio, padre de Filippo, se acerca para hablarme al oído.

—Todo esto lo han formado Dionisos y Baco que, borrachos como están, han empezado a decirles que uno es más poderoso que otro. Y mira ahora.

Vaya dos. Ahí están riendo como locos mientras estos nos van a destrozar.

—A ver, señores... —continúo entonces—. Los dos son el Dios de la guerra —digo con obviedad.

Vuelven a gritarse en la cara improperios uno al otro, mientras los otros siguen tirados en el suelo por la risa.

—¡Dioses! —los callo. Trago en seco porque me estoy viniendo demasiado arriba. Suavizo un poco mi voz—. Ambos son los Dioses de la guerra... pero tienen distintas jurisdicciones.

Se me quedan mirando con el ceño fruncido.

—Usted, señor Ares, aquí en Grecia... y usted, señor Marte, en Roma —añado para que lo entiendan—. Tampoco sé por qué vienen a pelear en Grecia...

—¡Es que así tengo factor campo!

Me tapo la cara y niego con la cabeza. ¿Si es que quién nos mandaba elegir a estos dioses?

Diciembre dinámicoWhere stories live. Discover now