2. Remordimiento.

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Desde aquella mañana que te vi saliendo a la luz de un viejo claustro, donde tantos años de historias me cayeron de golpe sobre los hombros, no he dejado de escribirte. Podría coserte un velo con cada palabra que te he escrito y dejarlo caer sobre tu corona. Te he escrito más veces de las que he sentido remordimiento por ocupar tanto espacio con palabras que no leerás.

Te he visto tantas veces pasar a lo lejos que ya no logro distinguir cuántas de esas veces son sueños y no recuerdos. De esas tantas veces que solo tu aroma llegó hasta donde mi opaca figura se mantuvo pétrea, pude sentir, entre otras tantas cosas, una leve picazón en la cabeza al preguntarme por qué no podía compartir el camino contigo.

Llevo en la espalda clavadas todas las veces que he querido decirte tantas cosas, como un toro fatigado en medio de la arena luciendo las espadas en el lomo, ante un público violento y sanguinario, tan sediento de humillar a quien lucha por vivir. Así me quedo tumbado en el suelo en cualquier parte cuando te miro escaparte de vida.

Cuando las noches se ponen más oscuras que de costumbre y la luna huye a cobijar el cielo de dos amantes que se extrañan y se sueñan, es cuando me tiembla el corazón a causa del remordimiento de todos esos besos que no pude acomodarte en los dedos, para que presumas a tus amigas como anillos de cristal.

Me arrepiento de tantas veces que me negué a la invitación de un cigarro, y de todas esas veces que al sentirme perdido dejé de beber. Si hubiese aceptado, hoy podría ser para ti un poeta añejando mis mejores versos en la sangre de mis venas y recitándote con voz ronca, por el óxido en los pulmones, cada una de las palabras que he fraguado para ti.

Hasta el día de hoy siento el remordimiento de que a tu llegada, después de todas mis tormentas, no tuviese nada qué ofrecer al brillo de tus ojos. No me quedó más qué sacrificar lo poco que me quedaba de vida, para tener el valor de marcharme y hoy poder verte sonreír en los brazos de alguien más.

Pero yo sigo atrapado en esa mañana que te vi. Donde sé que no estás. Donde sé que no te tengo. Y donde, después de hace tanto, no he podido salir. Pero me entretengo mirándote, en recuerdos, de pie bajo otro tiempo, con esa blusa blanca, pantalón azul y los tenis de siempre.

Cartas para la mujer con la luna sobre la ceja.Where stories live. Discover now