20 - 'El corazón roto' (el verdadero)

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La última vez os mentí, pero esta vez sí: recordad que después de este capítulo todavía nos queda un epílogo!!!


Albert

De pie junto a la ventana, contemplo la ciudad. Últimamente, es todo lo que hago: contemplar. En silencio, en mi despacho, entre mis montones de libros, entre muebles desgastados... y sin nadie alrededor.

Es curioso, porque nunca he sido esa clase de hombre que necesita mantener una vida social estable para sentirse completo. De hecho, todo lo contrario: me he pasado toda la existencia evitándolo.

Pero eso cambió cuando murió Vienna. No me di cuenta, pero aceptaba la soledad con la condición de que solo la ocupara la persona adecuada.

Antes, con ella, no estaba solo del todo. Supongo que solo me doy cuenta porque ahora sí que lo estoy. Mi padre solía decir que no echas de menos tu hogar hasta que no encuentras el camino de vuelta. Me hubiera gustado entenderlo antes de que fuera demasiado tarde.

Últimamente pienso mucho en mis padres. O en lo poco que recuerdo de ellos, quizá. El concepto de los años es tan frágil, tan sinuoso, que en ocasiones se me olvida todos los años que he pasado en este mundo. Demasiados para un ser vivo que no sabe apreciarlos, creo. He tenido muchas crisis a lo largo de todo este tiempo. En muchas ocasiones me he preguntado si mis decisiones eran las correctas. Si debería haber encaminado mi vida hacia otro lado, también. Si estaba desaprovechando la oportunidad que la vida me había ofrecido para vivir mucho más que el resto de personas que tenía alrededor.

Pero ahora sé que la inmortalidad no es un regalo. Tampoco es una maldición. Es una condena a la desidia perpetua.

Los humanos viven con la certeza de que algún día será el último, y aprovechan cada sentimiento, cada emoción. Hacen que cada segundo valga la pena, aun incluso cuando piensan que están perdiendo el tiempo. Buscan algo a lo que dedicarle los pocos años que pasarán en este mundo, forman una red de conexiones sociales, algunos se reproducen y otros deciden adoptar a otros seres vivos para cuidarlos como suyos. Algunos otros aprenden que el sentido de la vida no es encontrar un propósito, sino entender que este puede cambiar cada día.

Vienna siempre se arrepintió de no tener hijos. Yo no. Puede que Foster no sea mi hijo, pero para mí siempre ha sido la única familia que poseo. Hasta que nació Addy, por lo menos. Y hasta que Genevieve reapareció, también. No necesito más que eso.

Lo que necesito, aunque me duela admitirlo, es un propósito. No puedo seguir así. No puedo seguir siendo un alma en pena que respira pero ha dejado de vivir. No entiendo qué sigo haciendo en este mundo. No creo en dioses, pero sí en la muerte, y no entiendo por qué me sigue evitando. No entiendo cuál es el propósito de mi vida.

—¿Albert?

No despego la mirada de la ventana, donde veo a Deandre jugando con un palo y dando saltos por la nieve. Hace cuarenta años que cuento con él en mi vida, y curiosamente he terminado encariñándome de él. Nunca pensé que yo, que tengo dificultades para establecer una conexión emocional con cualquier ser vivo, terminaría sintiéndome capaz de dar la vida para proteger a una mascota.

—¿Albert? —insiste Lambert, ahora un poco tenso.

—¿Es urgente?

—Me dijiste que te avisara si notaba algo raro en la ciudad. Bueno... pues creo que hay algo.

Con un suspiro, por fin me separo de la ventana para mirarlo.

Lambert no es mal muchacho. Lo maldijeron hace muchos años, cuando no era más que un crío pelirrojo y torpe que no había hecho nada malo. Recuerdo al chico con el que pasaba sus días, también. Pelo negro, aspecto gruñón... lo contrario a él. Aleksandra cometió un error al matarlo y maldecir a Lambert, pero supongo que cuando estamos llenos de envidia no gestionamos demasiado bien las decisiones que cometemos.

El rey de las sombras #2Where stories live. Discover now