5. La prueba del espíritu

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La Cámara de Pruebas se encontraba en las entrañas del Templo. Anakin había estado antes allí, enfrentándose a hologramas proyectados para demostrar sus habilidades en otras pruebas. Ya había sentido el sobrecogimiento al entrar en la enorme sala abovedada. Las estatuas de bronzium de maestros muertos muchos siglos atrás observaban el centro de la cámara, sosteniendo impasibles el peso de las altas columnas. Una escalinata rodeaba el mosaico central desgastado por los pies de los miles de padawans que habían sido sometidos a las pruebas en aquel lugar en más de mil años.

La presencia de la Fuerza se hacía evidente allí, como si en lugar de en medio de la megalópolis que era Coruscant se encontraran en el corazón mismo de una montaña virgen. Fluía en el silencio, llenando cada rincón de aquel lugar sagrado.

La estancia estaba tenuemente iluminada por un círculo de luz azul suspendido a pocos metros sobre las estatuas que dejaba en la oscuridad la alta techumbre. En el centro un espejo de unos dos metros ofrecía la imagen invertida de la sala, brumosa por el desgaste al que el tiempo había sometido a la superficie reflectante. Obi Wan esperaba a su aprendiz en la única entrada de la Cámara. Sereno, mantenía los brazos cruzados y las manos en el interior de las anchas mangas de su túnica.

Anakin entró con la nueva túnica que había escogido, la única negra de vestuario. Si pasaba la prueba, sería suya para siempre. Escondía las manos en las mangas como su maestro, aunque en su caso el motivo era distinto. Esa mañana se había acercado a los jardines para volver a herirse con una rosa. Cuando llegó a su altura le miró por el rabillo del ojo, con la mandíbula apretada. Toda la seguridad que había manifestado la noche anterior se había esfumado. Y eso también debía ocultarlo: otra mentira más a una lista que ya era demasiado larga. Cuando levantó la vista hacia el espejo, se aterró.

No puedo hacerlo. No debo hacerlo. Yo no soy como ellos, tengo que alejarme de esto antes de que sea demasiado tarde.

Su respiración se agitó, empañando el cristal. Anakin cerró los ojos con fuerza.

Pasarán cosas horribles. No puedo hacerlo. No debo hacerlo.

La mano cálida de su maestro presionó en su hombro con una mezcla de afecto y firmeza. Cuando Anakin abrió los ojos, el reflejo les mostraba a ambos en la cámara en penumbra. Obi Wan le miraba a través del espejo.

—Todo saldrá bien —le dijo con la voz serena. No había captado su inseguridad, pero veía la tensión en su rostro—. Déjate guiar por la Fuerza. Sabes cómo funciona, lo hemos hecho otras veces. —Obi Wan apartó la mano de su aprendiz y retrocedió un par de pasos—. Cuando estés listo, siéntate ante él.

Anakin quiso gritar. Salir corriendo, huir de esa sala, del templo, de lo que el espejo le hacía sentir. Era lo que implicaba dejarse guiar por la Fuerza, pues era ella quien le estaba advirtiendo. Pensó que si abría los ojos, Obi Wan vería tan clara su llamada de socorro que no le permitiría hacer la prueba. Entonces el maestro se alejó. Quiso detenerle, pero no fue capaz.

Esto es lo único que tienes. Si te echas atrás ahora, no serás nada. Nada. Cierra el puño.

Anakin abrió los ojos. La Fuerza nunca le había hablado con tanta claridad ni mandado un mensaje contradictorio en un espacio de tiempo tan breve. Se sentía perdido por completo. Se aferró a lo único que parecía un salvavidas: las heridas de su mano. El dolor acalló esas contradicciones. Sin detenerse a meditarlo más, se sentó.

Su maestro estaba allí, solo dos pasos por detrás de él, pero su presencia era tan neutra que parecía diluirse en la corriente que fluía en la sala. La iluminación bajó de una forma tan sutil que Anakin no se dio cuenta hasta que la oscuridad le rodeó. Una luz difusa le iluminaba solo a él y a su reflejo, creando la ilusión de que estaba completamente solo.

El miedo más profundo (Obikin 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora