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Cuidado con la maldición Cash


ADA.

Recuerdo que cuando era pequeña, mi madre me decía que lo peor que puedes hacer en la vida es mentir.

Ella siempre me lo repetía: «puedes destruir a una persona con una mentira».

Y si yo decía alguna, por más mínima que fuera, me ganaba un gran regaño.

En realidad, sí entendí lo que quería enseñarme. No quería que cometiera sus mismos errores. No quería que fuera como ella.

Pero, a veces, parece que las mentiras son necesarias.

Y divertidas...

Sin una mentira, no habría llegado a Tagus, el instituto más exclusivo del país. De hecho, estaba ahí parada. Heredé un lado poético para describir, pero me iré por lo sencillo por ahora: ante mí estaba la entrada de ese lugar al que mis padres se habían negado a que yo asistiera cuando se los pregunté. El gran lugar donde todo había empezado, donde había una historia que aún nadie me había contado por completo. Pero ellos ya no tomaban mis decisiones. Los viejos a lo viejo, así que yo misma me había matriculado en secreto. Había sido aceptada de inmediato, pero todos creían que estaba estudiando en otro país.

Ese secreto no podía dañar a nadie, ¿no?

Seré sincera, era emocionante. Me sentía como... Elle Woods llegando a Harvard, pero, ya sabes, sin todo el rosa y sin el perrito y sin mover el culo con encanto.

Arrastré mi maleta mientras caminaba por el campus. Mi visión cautelosa de la vida me había acostumbrado a elaborar análisis innecesarios. Sí, yo era una especie de paranoica intensa que esperaba ver algo de lo que debía cuidarse:

Alrededor, los árboles y las áreas verdes. Encima, un cielo nublado, ¿tal vez por mi presencia? Lo creía, porque, por alguna razón, cosas malas sucedían a mi alrededor. Era como si estuviera maldita, qué sé yo.

Eso quedó más claro que nunca cuando llegué a la recepción de nuevos estudiantes y toqué el pequeño timbre puesto sobre el mostrador para que me entregaran mi horario y mi Tablet...

Porque quien apareció fue peor que tocar la puerta al infierno para que el diablo abriera.

Cuando digo que estaba maldita, no exagero.

La sonrisa amplia, el cabello negro como su propia alma, esos ojos grises con un ligero halo azulado, esa estúpida ropa oscura pero elegante que de seguro le había costado más que un semestre entero...

Él apoyó los brazos en el mostrador y luego la barbilla en su mano izquierda, esa en donde siempre usaba ese extraño guante de cuero que le cubría tres dedos, y que ni siquiera sabía por qué no se quitaba jamás. Y me miró por encima de unas gafas oscuras, burlón.

—Pero, ¿qué ven mis ojos? ¿Ada Cash? ¿En Tagus? —preguntó con un falso tono de periodista—. ¿La gente sabe esto? ¡Tenemos que contárselo a todo el mundo!

Mi humor cambió por completo. Adiós espíritu de Elle Woods, hola espíritu de Wednesday de la familia Adams.

Okey, tal vez había sospechado que podía encontrármelo, pero también había tenido la esperanza de que él no asistiera ese año, sino el siguiente. Maldita sea, mi informante me había fallado. ¿O quizás él lo había manipulado? También era posible.

—¿Qué haces aquí? —fue lo que le respondí, ya molesta por su presencia—. ¿Te ofreciste para atender a los estudiantes? ¿Empiezas el año con tu falsa cortesía para ganarte a la gente? ¿Cuándo vas a entender que no importa un carajo lo que piensen de nosotros?

Uno de nosotros va a morir © [Perfectos Mentirosos 2da Generación]. Where stories live. Discover now