2. El interrogatorio

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(NOTA DE LAS AUTORAS: ¡IMPORTANTE! SUBIMOS POR ERROR ESTE CAPÍTULO COMO PRIMERO, ASÍ QUE SI LO HAS LEÍDO VUELVE ATRÁS AL CAPÍTULO 1. SENTIMOS LAS MOLESTIAS)

Las túnicas y los sables que colgaban de sus cinturas les granjeaban miradas desconfiadas en el Inframundo, pero la pareja de jedis no se molestaba en ocultarse. Habían aparcado el speeder y caminaban por las sórdidas y atestadas callejuelas. De vez en cuando, el más joven echaba vistazos poco discretos al maestro. Cuando este se dio cuenta e hizo una mueca interrogante, se encogió de hombros.

—No sé si estás encogiendo o andas encorvado, pero a este paso podrás echar un duelo de miradas con Yoda sin tener que bajar la vista.

Obi Wan se movía con una confianza fuera de lugar en un sitio como ese. A medida que la luz se hacía más escasa el aspecto de aquellos con los que se cruzaban se volvía más inquietante y desconfiado. A pesar de las miradas de recelo nadie parecía atreverse a objetar nada sobre su presencia.

—Yo diría que tú estás creciendo insultantemente —replicó el maestro mientras volvía la mirada a las calles—. Sería un detalle que dejaras de hacerlo antes de que el resto de mortales tengamos que subirnos a un taburete para mirarte a la cara. ¿Nunca te has fijado en que la gente más alta termina desarrollando joroba por esa razón?

Miró a Anakin de reojo con una sonrisa burlona. Se había levantado de buen humor, las misiones con su compañero eran una buena razón para estarlo, pero eso no iba a durar mucho. Tenía que hablar con él. Ya lo había retrasado demasiado.

—Tú sí que jorobas. Voy muy recto. Además es agradable que todo el mundo tenga que mirar hacia arriba al hablarme. Casi todo el mundo. No lo entenderías, desde ahí el mundo se verá de otra manera.

—Dímelo tú, tienes más reciente lo de vivir aquí abajo que yo —replicó Obi Wan. Anakin respondió con una mueca en un alarde de madurez.

Siguió unos instantes en silencio. Habían tomado una esquina para acabar en una zona de callejuelas estrechas y húmedas. Los destartalados y herrumbrosos edificios de viviendas se mezclaban con almacenes y talleres sin orden aparente. Antes de que Obi Wan abriera la boca en una de las solitarias calles, Anakin supo que algo le preocupaba, aunque lo había estado ocultando con maestría hasta ese momento.

—Oye, Anakin, antes de seguir con la misión me gustaría hablar contigo de algo...

—Ya empezamos con las agonías... Me lo temía. ¿Qué es ahora? —suspiró el caballero.

El rostro del maestro adoptó una expresión más grave al detenerse y mirarle.

—No son agonías. Estoy preocupado. Escuché a los clones comentar que estrangulaste a un prisionero —decidió ir al grano.

—Ah. Eso. —El tono de Anakin cambió de repente, de divertido a receloso. Echó un vistazo desganado a su alrededor antes de mirarle en silencio durante unos segundos—. No lo maté.

Siempre que algo así ocurría Obi Wan tenía la impresión de que la temperatura descendía. Sabía que sacar el tema iba a significar enrarecer el ambiente, pero no podía dejarlo pasar. No obstante, no miraba al caballero con actitud juiciosa, estaba sinceramente preocupado.

—Sé que no lo hiciste, pero no sé si eres consciente de lo que significa que seas capaz de hacer algo así con la Fuerza... o de lo que conlleva.

Anakin metió los brazos en las mangas de la túnica. Tenía razón, no se encorvaba. Estaba muy recto, incluso tenso.

—Todos somos capaces de hacerlo. Es lo mismo que asir cualquier cosa, solo que lo que agarras es una garganta. He estudiado acerca de ello. Muchos jedi lo han hecho antes. Solo hay diferencia en la dificultad, cuando aprietas de forma muy concreta la tráquea, la carótida o..., bueno, cualquier órgano. O cuando en lugar de apretar, te concentras para producir dolor.

Esclavo de la ira (Obikin 4)Where stories live. Discover now