5. Negociaciones

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Al anochecer, Obi Wan esperaba en la habitación. Había pasado horas meditando, fingiéndose inconsciente o en un viaje de drogas, el resto del tiempo lo había invertido actuando como un drogado, deambulando por las habitaciones hablando solo y gesticulando como si fuera capaz de ver y oír cosas que no estaban allí o mirando al vacío durante largos ratos.

La meditación y el mínimo contacto con la sustancia empezaba a despejar sus sentidos: la Fuerza seguía allí, cada vez la sentía con más claridad, solo necesitaba un poco de tiempo y reponer algo más de energías.

El jedi esperaba tumbado en la cama, boca arriba como si estuviera contemplando algo en el techo, vestido con el único atuendo que Daesha le había dejado. La twi'lek regresó con dos cuencos de la mano, precintados, de los que repartían las tiendas de comida rápida de Coruscant.

—¿Cómo estás, monería? Vi que te gustaban las fresas, así que he conseguido esto. Cada vez es más difícil encontrar según qué frutas en esta ciudad, a causa de la guerra.

Dejó los cuencos sobre la cama y sacó nata de la pequeña nevera y un par de cucharas de la mesilla. El jedi se incorporó sobre un codo, volviéndose hacia ella sin llegar a levantarse. Llevaba la melena suelta, despeinada para lo que era habitual en él, pero era evidente que se había aseado tras el anterior encuentro. Había calculado cuidadosamente las horas pasadas desde la última vez que fingió comer, así que no exageró de más el gesto con el que fijó la mirada en sus ojos, como si hubiera tenido que hacer un esfuerzo en enfocarla.

—Podría estar mejor, pero... dadas las circunstancias, también podría estar peor —respondió, agarrando la cuchara que Daesha le tendía. Se incorporó hasta quedar sentado de medio lado sobre la cama—. Es un detalle por tu parte. Prefiero esto a las pastillas.

—¿Sí, verdad? Espero que no sea necesario usarla esta vez —dijo pasándole la nata—. De todas formas tenemos que hablar antes de hacer nada. He estado pensando. Me he metido en un buen aprieto con vosotros y no le veo una solución fácil. Incluso si os vendiera tus amiguitos van a ir a por mí, ¿me equivoco?

Obi Wan agarró su cuenco y vertió una cantidad generosa de nata sobre las fresas. Iba a ser su única ración de comida en todo el día y necesitaba esa energía. Controló la ansiedad por comer, tomándose su tiempo en meter la cuchara y escoger una de las fresas.

—Nunca es buena idea retener a un jedi, ni llamar la atención de la orden. Te seguirán buscando por lo mismo por lo que te buscamos nosotros, añadiendo el secuestro a la lista. —Se llevó al fin la cucharada a la boca. Tenía tanta hambre que el bocado le supo a gloria. Masticó con cuidado y tragó antes de volver a hablar—. ¿Cómo piensas solventarlo?

—He pensado bastantes alternativas, pero ninguna termina de convencerme. La opción sensata sería soltaros y mudarme a otra ciudad por una temporada, pero ya has dicho que la búsqueda continuaría...

Daesha desenvolvió su propio cuenco, vertió la nata y removió pensativa.

—Hasta cierto punto... Depende de a qué ciudad te mudes —respondió Obi Wan. Dejó un intervalo de silencio mientras comía, observando a la twi'lek—. Una en un planeta del borde exterior donde el Senado no pueda intervenir podría ser una buena alternativa. En tiempos de paz habría recursos para perseguirte por toda la galaxia, pero no es el caso. En cierta forma... me halaga que hayas puesto este imperio en juego por pasar un par de noches conmigo.

Obi Wan consideraba que ya tenían la suficiente confianza para dejar de tratarla de usted. Se le hacía incómodo después de lo ocurrido con el aparato masturbatorio. Era tal vez la forma más extrema de romper el hielo que había conocido en su vida.

Esclavo de la ira (Obikin 4)Where stories live. Discover now