4. Mercancía peligrosa

214 16 10
                                    

La sala de recepciones de Daesha era similar a las que usaban otros grandes criminales: circular, sin ventanas por las que huir o tener oídos indiscretos y llena de actividad. Si en algo se diferenciaba, era en el buen gusto. Pinturas, estatuas y tapices sustituían lo que otros llenaban con trofeos de caza y armas exóticas. Tenía un gran sofá y sillones en el centro, sobre una plataforma, ocupados por ella y algunas amigas de confianza que fumaban, bebían, charlaban o admiraban a los bailarines, hombres humanos o nautolanos con el mismo atuendo que había puesto a Obi Wan.

Repartidas por la sala había varias mesas e incluso una barra de bar por donde se repartían cazarrecompensas pertenecientes al gremio. La música estaba lo bastante alta para permitir que las conversaciones no trascendieran más allá de la intimidad de cada grupo.

Las cortinas de la puerta principal dieron paso a un nuevo visitante. Un humano mulato, de rizos cortos y rasgos hermosos, delgado y cargado de ornamentos. Se movía con andares exagerados y ostentosos. Al pasar por delante de uno de los nautolanos le dio un pellizco en el trasero y rio al recibir un molesto manotazo.

-¿Ese es nuevo? -preguntó haciéndose hueco entre las damas para sentarse junto a Daesha.

-Siempre preguntas lo mismo, Halloran. Lleva aquí meses y no te lo voy a vender, es mi mejor bailarín.

El hombre sacudió la mano y agarró la cuerda de una de las pipas, dando una calada.

-No será tan bueno si no le distingo del resto de su especie. ¿Cómo va todo, cielo?

-No puedo quejarme.

Halloran dibujó un aro en el aire al exhalar el humo, sonriendo de medio lado.

-No, no puedes. Estás estupenda, como siempre -dijo acomodándose en el sofá con indolencia-. ¿Tienes algo nuevo? Los negocios han ido bien este mes y ya sabes que me queman los créditos en las manos. -El humano la miró con una sonrisa afilada y juguetona.

-No lo creerías. He capturado a dos jedis. A uno lo tengo en mi cama, al otro en las celdas.

-¿¿Qué?? No te creo -replicó Halloran echándose hacia adelante para mirarla con los ojos exageradamente abiertos-. Estás borracha, querida, ¿no? ¿Tienes un jedi en tu cama? Eso quiero verlo para creerlo.

Daesha se echó a reír y tomó dos copas llenas de la mesa, una para ella y otra para el visitante.

-Los componentes de las píldoras letales estropean su conexión con la Fuerza, pero estoy tensa, para qué negarlo. Quiero deshacerme de ellos antes de que se escapen o los encuentren. -Dio un sorbo corto-. El de mi cuarto es un hombre joven, con pelo de anuncio y barba recortadita, de los que me gustan. Es un mal bicho, pero más tranquilo que el otro. Mira. Luth, pásame el pad.

Otra twi'lek que estaba cerca charlando con las amigas rebuscó entre los cojines de su sofá y le entregó la máquina. Daesha la encendió y buscó entre las cámaras hasta dar con la celda de Anakin.

-Anda, se ha dormido. No me extraña, con el jaleo que ha montado. Puedes ampliar con los dedos -dijo antes de pasársela, recostándose con la copa.

Halloran amplió deslizando dos dedos sobre el cristal y descolgó la boca con un gesto de sorpresa e incredulidad. Negó con la cabeza, con la vista fija en la imagen que ofrecían las cámaras. El jedi dormido, incluso a través de la pantalla, emanaba un aura potente y atrayente como la luz para las polillas.

-¿De dónde has sacado semejante portento? -preguntó con los ojos bien abiertos, mirando a Daesha solo un instante antes de volver a fijarlos en Anakin-. ¿Dices que es molesto? Yo te libraría de esa molestia encantado. ¿Cuánto pides por este?

Esclavo de la ira (Obikin 4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora