CAPÍTULO VIII

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CAPÍTULO VIII

NEA VON BUZTEN

No puedo fallar.

Mi madre ha confiado en mí.

The Blackness y nuestra seguridad dependen de mí.

Si no puedo lograr que Ethos nos recuerde, y él se queda del lado incorrecto, todo el sacrificio que él mismo hizo junto a mi padre se iría a la basura. Me niego a permitir que sus legados se manchen de esa manera.

Observo la espalda de Ethos mientras me guía hacia las profundidades de la cueva, su cabello cobrizo está más largo de lo que recuerdo, sus ropas apenas cubren los músculos de sus brazos y su torso, hay tantas cosas que quiero decirle. Y lucho con el alivio que me da verlo, que me revuelve tantas emociones porque eso no me servirá de nada, tengo que mantener mi objetivo.

Ethos cruza en una esquina y al hacer lo mismo, me encuentro con un espacio amplio dentro de la cueva con rocas y cristales incrustados en las paredes que mantienen todo iluminado con una tonalidad azulada. Ethos se detiene en el medio y se gira para enfrentarme. Sus ojos de colores diferentes siguen teniendo ese impacto hipnotizador en cualquiera que se atreve a mirarlos. Él se cruza de brazos.

—¿Y bien? ¿Qué es lo querías mostrarme con tanta desesperación? —Su voz carga una frialdad a la que no estoy acostumbrada.

—Tienes que abrir tu mente y dejarme mostrarte todo.

Él sonríe con malicia.

—¿Eso es todo? ¿No quieres también que me rinda de una vez?

—Es la única forma de mostrarte todo.

—¿Crees que soy estúpido? —Él sacude la cabeza—. ¿Se supone que debo dejarte entrar a mi cabeza para que hagas lo que quieras? ¿Qué me asegura que no quieres plantar algo o manipularme?

Trago con dificultad, pero mantengo la cabeza en alto.

—No soy tan estúpida como para intentar algo así, tienes una mente entrenada y fuerte, ¿no? —Suena casi como un reto y él me ojea por unos segundos.

Y quiero decirle tantas cosas.

Cuando teníamos ocho años, le pediste mi mano en matrimonio a mi madre.

Cuando teníamos trece, me robaste un beso fugaz en Redwood después de jugar a las escondidas.

Cuando cumplimos diecisiete, me pediste oficialmente que fuera tu compañera de vida, me juraste que yo era tu alma gemela.

Y ahora... estás aquí frente a mí de nuevo, después de vivir una vida entera ajena a nosotros, a mí. Soy una simple desconocida para ti.

Ethos se acerca y mantengo mi firmeza, no puedo dejar que note cuanto me afecta su cercanía. Él estira su mano hacia mí.

—Bien, ¿qué quieres mostrarme? —Observo la palma de su mano, y pienso en todas las veces que sentí esa palma contra mi mejilla—. Tienes que tocarme para hacerlo, ¿no?

Asiento y pongo mi mano sobre la suya. El contacto manda una corriente de energía que cruza todo mi cuerpo. Me estremezco y Ethos ladea la cabeza, observando cada detalle o cambio en mi expresión, esta curiosidad siempre ha estado con él, su incapacidad de sentir siempre le llevaba a sobre analizar las expresiones faciales de aquellos que sí podíamos sentir.

—Estás nerviosa... —comenta como si nada.

—Es normal cuando estás frente al enemigo. —Me excuso y entrelazo mis dedos con los suyos.

Almas Perdidas III (La guerra)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora