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17 años

—Ni de coña. —Negué con la cabeza—. Que no, que me niego.

Mi madre, siempre tan sonriente, pareció multiplicar la longitud de la curva de sus labios. Había maldad en ellos, yo estaba seguro.

—La próxima vez, te vas a pensar un poco eso de desobedecer las pocas normas que te ponemos.

Había que reconocer la realidad: no había sido el hijo modelo que todo el mundo esperaba los últimos meses. En mi defensa, no era enteramente mi culpa. Yo era un chico de impulsos, de apuntarme a un bombardeo a la primera de cambio. Si a ese ingrediente le sumas una mejor amiga a la que le encantaba retarme a cosas que mis padres jamás aprobarían... Saldría un castigo como el que me acababa de llevar.

Por no echarle la culpa a Nerea, que tenía padres mucho más permisivos que los míos, diré que todo es culpa de las expectativas tan altas que puso mi hermano. Álvaro siempre fue el hermano perfecto. Nunca lo supe, pero estaba seguro de que aprendió a hablar a los cinco meses o algo así, solo para poder tener la razón en todo.

La cuestión es que era el niño bonito de la familia. El de las buenísimas notas. El que amaba leer. El que ocupaba todo su tiempo libre en la librería de mis padres, llevándose un dinero extra. Los tuvo contentísimos toda su adolescencia, que es donde se supone que se hacen las locuras.

En esos momentos estaba haciendo el máster fuera del pueblo, así que, como estaban ya mayores y cansados, habían contratado a un dependiente para que se encargara de la tienda por las tardes.

Hasta ese instante, claro, porque mi madre me estaba arrastrando contra mi voluntad (lo que se llama coacción y secuestro, pero eso a ella le da igual) hacia la librería, porque me había saltado el toque de queda el único día que sí les importaba que lo hiciera.

—¿No te parece un poco demasiado? Exageras, mujer.

—Conmigo cuidado ese tonito, que la tenemos. —Siguió avanzando por las calles casi vacías a esas horas de la tarde, donde la gente de bien dormía la siesta.

—¿Vas a despedir al chico? Porque sería una desgracia que le dejaras sin trabajo a tiempo parcial. Así no se colabora en la economía del país.

—¿Eh? No, claro que no. Vas a trabajar con él, que para algo será el único útil.

—¡Oye!

Traté de quejarme un poco más, pero a Susana una palabra le entraba por un oído y le salía por el otro. De ahí había salido yo. No podía quejarme si era de mi sangre.

—Agoney —entró pronunciando su nombre como una exhalación. El chico no estaba en el mostrador.

No nos costó mucho encontrarlo, pues el moreno se asomó por una de las estanterías. A sus pies, tenía dos cajas de cartón llenas de libros nuevos que esperaban su hueco en los estantes vacíos.

—¿Sí, señora García?

—A partir de ahora, y hasta que se me olvide —se dio la vuelta para amenazarme—, mi hijo también va a trabajar aquí. Te encargarás de que ocupe su puesto y no se vaya por ahí.

—Oh —alzó las cejas y me echó un vistazo tímido—, puede estar en el mostrador ahora, que tenía mucho que ordenar de lo que ha llegado esta mañana...

—¡De eso nada! —Lo sobresaltó. Me empezó a dar pena que tuviera a la loca de mi madre como jefa cuando le vi los ojos asustados—. Ahí se entretendrá con el móvil y no hará nada. Le enseñarás a organizar la tienda y el almacén. Ya veremos quién se encarga del mostrador cuando vengan clientes. Ahora os dejo.

Dos amores, una vida-RAGONEYWhere stories live. Discover now