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El curso volvió a llegar a su fin, pero yo ya había perdido de vista a Agoney durante los meses previos. Era su oportunidad para, ayudado de los años de interino, conseguir una plaza fija con el examen regional. No nos permitía quedar con él, porque casi no salía de casa si no estaba en su colegio, pero se pasó por la librería un par de veces, previo aviso, para que comprobáramos que estaba vivo y que todavía no se había vuelto loco.

Que estuviera encerrado en sí mismo no impidió que ese día de junio no estuviéramos allí. Marcos se ofreció a conducir para llevarlo, pero se le veía tan pálido que al final condujo Arnau, para evitarse un disgusto en forma de vómito.

Mientras él se examinaba, nosotros fuimos a desayunar y a comprarle algo para cuando saliera. El pobre no había sido capaz de probar bocado, ya que temía echarlo al primer intento.

—Le va a ir bien... —le quitó importancia el mayor—. Se pone muy dramático como si no fuera el mejor profe de la historia.

—Pero esto es teórico, no práctico.

—Mejor me lo pones, ¡es Agoney, él es listo! Le irá bien —repitió con un asentimiento.

—Vale, pero si va mal no le digas que "es Agoney" —advirtió Arnau—, o cualquier cosa que pretenda hacerle sentir mejor pero que le arruine el día. Tú calladito, que ya bastante tiene con su cabeza.

Estuvimos diez minutos antes de que acabara el examen, suponiendo que estaría a punto de salir. A la hora en punto, cientos de personas comenzaron a salir el edificio, en pequeños grupos, comentando el examen. Yo intentaba captar conversaciones sobre la dificultad, pero me lo ponían difícil cuando eran todos a la vez.

—Este no sale —señaló Marcos.

—Estará en el baño.

—Pues no sé qué estará vomitando, ya no le debe quedar nada del tiempo que lleva sin comer.

—Me refería a ir al baño de verdad, ¡mendrugo! —Se llevó un golpecito en la frente.

—Chicos —los llamé y, cuando tuve su atención, les señalé hacia delante—, ya está.

Agoney caminaba despacio, con el móvil aún apagado en la mano. Por un momento, lo vi rastreando el patio y la calle con los ojos en nuestra búsqueda, y sonrió cuando se cruzó con los míos. Alcé una mano para que se acercara, mientras Arnau advertía a nuestro amigo que se controlara.

—Hola, chicos.

—¿Qué tal ha ido? —pregunté, con la mano con el bollo tras la espalda.

Tardó unos segundos antes de asentir muy lento, como procesando. Solté aire que no sabía que estaba reteniendo.

—A ver, no ha sido el examen de mi vida, pero me he defendido. Si paso el test lo tengo hecho, porque los supuestos prácticos han ido muy bien.

—¡Pues eso hay que celebrarlo! —Marcos se abrazó a su cuello—. Venga, vámonos por ahí.

—Toma. —Le tendí el bollo, viendo como sus ojos se iluminaban al entrar en contacto visual con el alimento.

—Joder, me moría de hambre. —Le dio un par de bocados seguidos antes de masticar—. Muchas gracias.

Sonó más bien como un mujsaz gaziaz, pero estaba tan adorable que ni siquiera me quejé. Empezamos a movernos hacia un banco para estar más cómodos.

—¿Por qué será? —ironizó Arnau sobre los motivos de su hambre—. Anda, come, y ahora nos cuentas mejor.

—Mmm, sí, ahora tengo que llamar a mis padres, pero en cuanto coma, y ya os digo. —Se quitó una miga del bollo con la mano—. Pero ya ves, no ha sido tanto, al final...

Dos amores, una vida-RAGONEYWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu