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Madrid pasó como una exhalación por nuestras vidas. Acostumbrados a la familiaridad del pueblo, al principio se nos hizo grande, pero no tardamos en hacer un grupo de amigos para la gran ciudad. Mezclaba gente de mi curso, en el que aprendí mucho, con los del trabajo de Carles y se convirtieron en un lugar seguro, mucho más parecidos a mí que el resto de gente que había conocido en la zona de pueblos de la provincia de Barcelona.

Estuve trabajando yo también en cosas pequeñas que me permitieran los ahorros que necesitábamos para el primer viaje. Lisboa se antojaba perfecto: cercano y accesible para nuestro presupuesto.

Y mientras mi blog de viajes se iniciaba, nosotros nos consolidábamos cada vez más como pareja. Todo el mundo siempre hablaba de la famosa luna de miel, que cuando se acababa, cuando vivíais juntos, todo cambiaba. Para nosotros, el cambio existió, pero fue a mejor. Fue a entendernos, a conocer esos detalles de la cotidianidad que solo hacían que me gustara más.

Que los que pensaran que lo mío por él era simple crush adolescente tendrían que callarse, porque estábamos demostrando ser un amor mucho más maduro que eso.

Como ya tenía planeado, no volví a pisar el pueblo en los siguientes años. Mi madre me llamaba al menos una vez por semana para asegurarse de que todo iba bien, pero hasta ella fue desistiendo al darse cuenta de que lo tenía claro, que mi vida estaba lo más lejos posible de allí.

El viaje a Lisboa, pagado con nuestro dinero, fue muy comentado en redes sociales, haciéndose viral hasta en un recién comenzado Instagram. Ahí llegaron las primeras colaboraciones, de sorteos para los seguidores que iban sumándose semana a semana, de viajes gratis para mostrar lo que podían ofrecer los hoteles en los que nos alojábamos, las excursiones y experiencias que se nos facilitaban...

Cuando aún no era tan habitual vivir de esto, estábamos en un sueño hecho realidad. Acabé el grado superior entre viajes, pero cada vez lo necesitaba menos. Ninguna de las empresas que nos contactaban pedían nada de eso, aunque sí debíamos mandar todos los vídeos y fotos que íbamos a subir para comprobar que todo estuviera correcto.

A los veintiuno, ya habíamos recorrido gran parte de Europa, pero se nos estaba quedando pequeño el continente. Las colaboraciones empezaron entonces a hacerse más grandes: una semana en Cancún, mostrando los lugares más turísticos; una ruta por el sur de Estados Unidos, para acabar visitando Hollywood y todos los parques de atracciones que había allí; una playa en las Maldivas solo para nosotros...

Las oportunidades cada vez eran más impresionantes y a ratos teníamos más dinero del que podíamos gastar, porque muchas cosas eran gratis.

En la primera ocasión que tuvimos de descansar, decidimos buscar nuestro sitio. Carles ya me había anunciado que no pensaba cansarse de viajar jamás, aunque se repitieran los viajes; y yo iba a seguirlo; pero eso no quitaba que no pudiéramos encontrar un lugar donde volver.

Una casa a la que llamar hogar, que nos estuviera esperando y que se llenara de los recuerdos de cada rincón del mundo. Eso, por muy trotamundos que yo fuera, me hacía levitar de la emoción.

Otra cosa que ambos teníamos claro es que no queríamos que estuviera en Madrid.

Después de un viaje con otros influencers a Ibiza, más por diversión que por trabajo, me quedé prendada de una casa que nunca había llegado a ser reformada, bastante cerca de una de las calas más famosas de la isla.

Carles me abrazó por la cintura al darse cuenta de que me había quedado quieto, sin seguir al resto.

—¿En qué piensas? —susurró contra mi oreja, sacándome una sonrisilla.

—¿Te acuerdas de que no encontrábamos nada en ninguna página web que se ajustara a nosotros? —Frunció el ceño, pero entendió por dónde iba—. ¿Has visto esa?

Dos amores, una vida-RAGONEYWhere stories live. Discover now