El Valle de Lágrimas

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- ¡Enfermera Witless!, que suerte, dos veces en unos meses -dije entre aliviada y decepcionada a la viejecilla enjuta y encorvada que me miraba a través de unos lentes de armazón metálico. De todas las personas que podían haberme sacado de mi alucinación ella era la que menos deseaba ver.

- ¿Has salido sola?, pareces agotada querida, ¿te encuentras bien? -me interrogo la vieja con fingida preocupación ajustándose su chal.

-En realidad no -expliqué sinceramente, de nada servía ponerme a inventar fantasías cuando en la cara, la marca del susto todavía se me notaba.

-Ven a casa, te enseñaré mis palomas, son unas aves hermosas como tú -ofreció la anciana.

-Mejor no, mi última visita me costó varias libras y no conseguí nada -repliqué.

-Puede que recuerde donde acabó tu conejo raído -me tentó.

Cuando el mal te susurra cosas, muchas veces es mejor hacer oídos sordos pues por sus consejos y tentaciones el precio es alto y la recompensa poca. Yo lo sabía y aún así acepté.

Ya me podía imaginar lo que la vieja debía haber pensando de mí. Ya la he escuchado...

- Confundida aún, no me extraña. Su piel chamuscada como una castaña justo ante sus ojos.

>>Diez años en el psiquiátrico Rutledge acaban con el tiempo de cualquiera.

El doctor Bumdy no lo mejorará sacándole aún preguntas: el incendio, sus recuerdos.

Merezco un respeto, ¿no creen?,
¿Quién le buscó ropa nueva?,
¿Quién la acogió en la casa de Bumby?,
¿Dónde estaría sin mi?, ¡en la calle vendiendo su trasero!

¿Te gustan mis palomas?

Repartió de vez en cuando una o dos libras. Pero lo que sé es más valioso que eso.

¿Has guardado su secreto verdad?

La he oído decir: ¡..."todos muertos por mi culpa, no he podido salvarlos"!

Le he dicho que mi silencio está en venta, y es barato.

Soy buena gente, de verdad. ¡No como su niñera, esa zorra arrogante! O ese abogado Radcliffe que cogió su estúpido conejo.

Necesito dinero. Le advertí que se lo diría a los polis sino daba un donativo para mi mantenimiento.

Grita y se le va la cabeza. Hay veces que no puede recordar su nombre, según he oído.
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-Enfermera Witless, ¿me hará daño? -pregunté cruzada de brazos en la entrada de la azotea, un puente de madera la conectaba al edificio continuo donde tenía su palomar -. ¿Me devolverá al psiquiátrico?

-No te aseguro que no -me respondió la vieja sin mirarme siquiera, sólo le interesaban sus estúpidas aves, no paraba de esparcir en sus jaulas migajas de pan -. Tengo tanta sed que se podría cortar con un cuchillo -la mujer caminó unos pasos, alejándose de las jaulas y agregó con voz áspera -. Necesito un trago.

Se encorvó todavía más, yo no le quité la vista de encima al notar que algo se removía en su espalda. Escuché un chasquido carnoso. Una membrana sobresalió de repente de su espalda. Venosa y delgada casi traslúcida, con la apariencia de el ala de un murciélago, tal vez eso era. Nuevamente escuché el crujir del cartílago, un sonido casi húmedo. Me estremezco nada más recordarlo.

- Tengo el gaznate seco -agregó la mujer con el mismo tono.

Se dio la vuelta y su rostro ya no era el de ella. Una criatura antinatural, muy parecida a las que vi en los barrios bajos, se lanzó contra mí profiriendo zarpazos con sus dedos terminados en garras y rugiendo con su terrible voz.

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