El Pueblo Que Vivia En Una Taza

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Aquel mundo me pareció un lugar más amenazador de lo normal cuando en medio de un torbellino de luces y colores boreales, mi tamaño disminuyó casi diez veces mi estatura.

Corrí entre las patas de madera de los elegantes asientos tapizados en terciopelo, topándome de vez en cuando con algunas pelusas de polvo y restos de hojarasca y tierra que seguramente se habrían colado por alguna ventanilla abierta. Mis pasos apenas se escuchaban sobre el alfombrado del suelo. Era diminuta.

Recorrí el vagón de extremo a extremo. Un trayecto demasiado largo cuando se es tan pequeña. Y cuando llegué al otro lado me di cuenta de que los deslumbrantes rayos del sol apuntaban en vertical. Me pareció que era mediodía. Aunque en el país de las maravillas el transcurso del tiempo podia ser engañoso. Nunca podías tener la certeza de nada. Había ocasiones en que la noche podía durar lo que tarda uno en dar media vuelta y había otros momentos en que podía irme, pasar varios días incluso semanas, y al regresar llegaba al mismo instante en que me había ido. Si lo piensaba bien, cabía la posibilidad de que hubieran pasado varios días cuando estuve inconsciente.

¡Menuda pérdida de tiempo! Diría el conejo blanco.

Una vez en el otro lado efectivamente hallé una puerta trasera que conectaba el vagón a los demás. En ella había una rendija por debajo lo suficientemente grande por la que podía pasar.

Pasé sin esfuerzo sólo para darme cuenta de que el vagón descarrilado en el que me ocultaba estaba por caer al vacío arrastrado por los demás vagones que colgaban pesadamente .


No estoy muy segura de cómo lo hice pero penas y me dió tiempo de bajar de un salto. Nada más puse un pie en tierra un potente estruendo metálico atrasó el vagón en el que me había refugiado levantando una nube de polvo en la que desapareció.

El tren del espejo había caído en la nada. Y lo peor de todo era que el rechinido de la carrocería había atraído la atención de las pernolulas.

-El sombrerero siempre ha odiado los fallos mecánicos -pensé sin alterarme demasiado el hecho de que casi pude haber quedado atrapada dentro del vagón... ¿Eso era normal? -. Éste desastre será obra suya o su epitafio.

Los voraces insectos se dirigieron zumbando hacia mí. No me había percatado de que, había recobrado mi estatura natural. No estoy muy segura aún de cómo funcionaba esa habilidad, hasta ese instante creía que estaba sujeta más a mi voluntad que a un periodo de tiempo, pero ahora ya no sé qué creer. Éste lugar se caracteriza por ser impredecible.

- ¿Así que vienen a por mí? -grité a la vez que sacaba de mi delantal el pimientero. Éste tembló en mis manos al volver a su tamaño original. - ¡Déjenme darles una picante bienvenida!

Rocíe de perdigones de pimienta el aire. Muchas de las pernolulas cayeron al suelo despedazadas; pero vivas. Otras tuvieron más suerte. Reventaron al ser alcanzadas por el condimentado proyectil y cayeron al suelo convertidas en una pulpa sanguinolenta de la que sobresalían alambres y restos de metal.

Ratatatatata rugía el pimientero.

Por momentos me parecía que yo estaba ganando terreno a pesar de que me superaban en número, pero no era del todo cierto, me llegaban por todos los ángulos en nuvecillas rabiosas. Eran demasiadas para repelerlas yo sola. El pimientero seguía saltando en mis manos. Sentía su calor a punto de quemarme los dedos.

- ¡Mierda!, a éste paso me voy a quedar sin... ¿Balas?

Cambié de posición sin dejar de disparar y eché un vistazo por encima del hombro.

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⏰ Last updated: Nov 14, 2019 ⏰

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