➼3

49 5 3
                                    

Había algo húmedo debajo mío y me dolía la cabeza como mil demonios.

¿Dónde estaba? La luz era tenue y había un hedor a podrido que me incitaba a seguir durmiendo. Abrí un poco mis ojos y miré al rededor, incorporándome.

Había basura por todas partes. Pedazos de maderas, contenedores mugrientos y bolsas negras por todas partes. Mi espalda estaba apoyada sobre una y casi de inmediato me dio asco.

¿Qué demonios estaba haciendo yo en un callejón? Mi ropa estaba en su lugar y, salvo por la cabeza, no me dolía nada. No, seguramente no me habían raptado para violarme.

Mis ojos continuaron su rumbo en busca de una explicación hasta que se toparon, a veinte metros, con un chico... usando una sudadera azul.

Me puse de pie de un salto y no lo pensé demasiado bien. Intenté correr lo más lejos posible de él pero me topé con un gran alabrado detrás. Podría treparme, claro, pero no sería lo suficientemente rápido como para escapar.

-Vaya, vaya. La bella durmiente ha despertado- pronunció con voz cantarina. En otra situación incluso podría haber considerado su tono algo sexy.

Me di la vuelta y al parecer mi cara no supo ocultar la expresión de horror y miedo.

-¿Q-quién eres tu? ¿Qué harás c-conmigo?

Me abofeteé internamente. Vamos, puedes hacerlo mejor.

Se puso de pie, al igual que yo, y de inmediato noté que era mucho más alto que yo. Y más grande. ¿Debajo de su sudadera se encontraría un abdomen tallado por los dioses? Otra bofetada mental, esta vez más fuerte. Lo estudié bien: era muy apuesto.

Un golpe contra la pared mental.

-Claramente no estoy aquí para tomar el té contigo, Tess- escupió mi nombre en medio de una sonrisa arrogante.

¿Cómo sabía mi nombre?

Abrí la boca para preguntárselo, pero rápidamente me hizo cerrarla con un gesto de mano. Comenzó a caminar en linea recta por la única salida del callejón.

-Sé que tienes muchas preguntas, pero no gastes tu tiempo en hacerlas. Voy a hablar y espero que no me interrumpas porque... bueno, no querrás saber por qué.

Ladeé la cabeza y me produjo una terrible punzada de dolor. Auch.

-No te diré mi nombre hasta que sea extremamente necesario; simplemente te contaré un par de cosas y luego comprobaré mi teoría, aunque estoy casi seguro de que tengo a la chica correcta.

Palpé mis bolsillos en busca de mi móvil, pero no lo encontré. Él soltó una risotada que me puso los pelos de punta.

-¿Crees que soy lo suficientemente tonto como para dejarte tu teléfono? No, muñeca.

Lo fulminé con la mirada. Odiaba profundamente los apodos sexistas que se les ocurrían a los hombres con poca materia gris.

-Gilipollas.

-Te acabas de perder mi maravillosa historia, muñeca- apreté la mandíbula con fuerza al tiempo que encontraba un tubo de metal a mi lado. Se veía muy pesado... Mi único boleto de salida-. Tanto tiempo buscándote para encontrar una gran desepción. ¿Por qué no actualizas tus redes sociales? En la última foto que el mundo tiene de ti tienes el pelo hasta la cintura y de color azul. Además de rostro más aniñado y aspecto de chica ruda.

-A nadie le importa.

-Claro, chica dura, lo tengo- sacó las manos de sus bolsillos y pude notar de que él también estaba usando guantes. ¿Qué?-. Buemo, acabemos con esto.

Se quitó uno y lo dejó caer al suelo al tiempo que se acercaba a mi con grandes zancadas.

¡Aléjate, pervertido! Todo en mí deseaba gritar eso, pero por primera vez en mi vida actué racionalmente y me lancé a por el tubo.

Tan rápido como él se dio cuenta y corrió a toda velocidad hacia mi fue como estampé el pesado metal en su cabeza.

No tuvo tiempo a hacer nada más, sino que cayó como una bolsa de papas al suelo. Como... si estuviera muerto.

Me paralicé unos instantes y toda la sangre abandonó mi cuerpo. Estaba aturdida y no sabía qué hacer. ¿Lo había matado? Era muy probable. ¿Iría a prisión? Claramente. ¿Mi pena sería menor si lo justificaba como defensa propia? Tal vez. ¿Si lo ayudaba ahora los jueces me mirarían con más cariño? No lo sabí, pero no podría irme de aquel asqueroso lugar sin ayudarlo. Mi conciencia me lo impediría.

Lo miré detenidamente, ahora sin miedo. Era muy lindo. Demasiado. Y muy grande. Demasiado.

Estaba segura de que aquel chico iba al gimnacio, puesto que no solo me doblaba en altura, sino también en musculatura.

Me mordí el labio al descubrir un fino hilo de sangre saliendo de su cabeza.

Adiós, Stanford. Y ni siquiera había recibido mi carta de admisión.

Me puse en cuclillas y me acerqué a su cuerpo inerte. Lo primero que hice fue tomarle el pulso -lo que se volvió complicado al hacerlo con los guantes todavía calzados-, y gracias a todos los cielos su corazón seguía funcionando. Rasgué su sudadera y con ese pedazo de tela hice presión en el lugar del golpe hasta que la hemorragia hubo frenado. Al menos el corte no era muy profundo.

Con mucho esfuerzo logré arrastrarlo hasta una pila de bolsas a un par de metros de distancia; justo donde él me había puesto a mí. No me había dado cuenta hasta ese momento cuánto me dolía el tobillo que me había torcido.

Cuando estuvo en un lugar -supuestamente- cómodo revisé sus bolsillos hasta dar con si billetera. No podía irme sin saber cúal era su nombre.

Como cualquier persona, él guardaba su identificación allí y lo primero que artrapó mi atención fue su foto. Gracias al cielo que allí salí mal, estaba comenzando a pensar de que era demasiado lindo para ser cierto.

Un puñetazo mental. Si seguía así acabaría en el hospital por mi propia culpa.

Se llamaba Oliver Fields, pero eso no fue lo que llamó mi atención. Él, tanto como yo, había nacido el 29 de febrero de 1996. Era demasiado extraño encontrar a otra persona que hubiera nacido en año bicisto, y más el mismo que yo.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

Él -Oliver- era de Oklahoma, demasiado lejos como para encontrarse en Maine y más en mi pequeño pueblo fantasma.

Volví a guardar todo en su lugar y me detuve a rogarle al destino que no nos cruzara de nuevo. No podría soportarlo.

Salí corriendo mirando añ cielo, intentando coalcular la hora, pero simplemente no pude. ¿Qué me sucedía? De pequeña asistía a un grupo de exploradoras y era la líder de mi escuadrón. Una vez fuimos a acampar en el bosque en busca de la insignia por pasar la noche a la intemperie, pero acabamos perdiéndonos sin comida ni agua. Lo único que me mantuvo cuerda fue descifrar la hora -aunque solo estuvimos tres solas, luego nos rescataron-.

No sé decir bien por qué, pero en aquél momento me pareció ideal soltar un par de lágrimas de impotecia. ¿O eran de dolor? No me importó. Simplemente me di el gusto de derramarlas hasta que llegué a casa y me colé por la ventana de la cocina.

Esperaba no volver a ver a Oliver nunca.

FutureWhere stories live. Discover now