Introducción (el principio)

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 Dieciséis años antes

El barco bautizado como el Rompeolas surcaba el océano Atlántico, en dirección a España. Tenían planeado atracar en Cádiz. Pero la fuerte tormenta que les había cogido por sorpresa, dejó el barco a su suerte en alta mar.

La tripulación corría de un lado a otro por cubierta. El capitán, Juan Núñez, cogió todas las cartas de navegación, con el fin de ponerlas a salvo, y corrió hacia la puerta; en ese momento se dio cuenta y se volvió. Sobre la mesa de su camarote descansaba una pequeña caja. Se trataba de una pequeña brújula. El capitán soltó todo lo que tenía en la mano y corrió a coger la brújula, pero una terrible ola rompió el cristal del ojo de buey, entrando el agua con gran fuerza, arrastrando al capitán hacia lo que sería un fatídico destino.

El pequeño bote de salvamento se alejaba del barco, que se tambaleaba de un lado para otro a punto de hundirse. Pocos fueron los que habían logrado sobrevivir a aquella terrible tormenta; seis hombres de la tripulación y una niña de cinco años llamada Carmen, hija de uno de los tripulantes que había muerto en el barco.

A medida que el bote se alejaba, los tripulantes veían cómo, poco a poco, el barco se hundía. Irónicamente el Rompeolas había sido roto por las olas.

Pasadas unas horas, la tormenta había empezado a disiparse. Uno de los marineros sacó de su bolsillo una pequeña brújula, miró a otros tres que hicieron lo mismo.

—Faltan dos —dijo uno de ellos llamado Antonio Claustro.

—La del capitán y la de Manuel —dijo otro.

Manuel era el padre de aquella niña de cinco años que iba con ellos. Había enviudado dos años antes; desde entonces llevaba siempre consigo a su hija en todos los viajes que hacía por el mar, a las órdenes del Capitán Núñez, dedicándose al contrabando de arte por todo el mundo y a cazar algún que otro tesoro hundido.    

Los marineros miraron hacia atrás, pero ya estaban muy lejos de donde se encontraba el barco, y desconocían hacia qué posición la marea había arrastrado el bote, puesto que ninguna de sus brújulas tenía aguja.

—Sin las otras dos brújulas, las nuestras no sirven de nada —volvió a decir Claustro.

Carmen les miraba sin decir ni una palabra, sin decir que su padre, antes de ponerla en el bote para que se salvase, le dio su brújula. 

La BrújulaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora