Capítulo 2

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El Museo Carbajo abría sus puertas con una gran exposición dedicada a la navegación, contando con una numerosa cantidad de cartas náuticas y brújulas, de diferentes épocas. 

Carmen Vergara se encontraba paseando por el extenso pasillo lleno de vitrinas, en cuyo interior se encontraban auténticas reliquias, brújulas realmente de unos diseños extraordinarios.

Alejandro Carbajo, hombre de gran distinción entre los más acaudalados hombres de negocios de Madrid, quien daba nombre a ese museo, ubicado en una de las casas más importantes del Paseo Recoletos, era un hombre grueso, más bien de estatura baja, con una fina mata de pelo peinada hacia atrás. Hablaba con otro hombre; en ese momento giró la cabeza y vio a Carmen de pie frente a una de las vitrinas; era una chica alta, de pelo rizado y moreno, vestía un pantalón negro ajustado y un fino jersey marrón bajo una cazadora negra de piel.

Carmen metió la mano en su bolsillo y sacó un pequeño objeto redondo, parecido a una pequeña caja, abrió la tapa y se quedó mirando la brújula que había en su interior, luego alzó la vista mirando la brújula de la vitrina: eran idénticas y a las dos les faltaba la aguja.

A Carbajo se le abrieron los ojos, arqueando las cejas, cuando vio, de lejos, que Carmen poseía otra brújula como la suya, se disculpó ante el hombre con quien se encontraba hablando y se dirigió hacia ella.

Un hombre alto y delgado se colocaba al lado de Carmen, cosa que hizo que Carbajo se detuviera a mitad camino, mirando hacia una de las vitrinas para disimular, mientras esperaba que el hombre que había al lado de la chica se fuera.

El hombre que se había colocado al lado de Carmen tenía una pequeña cicatriz en la mejilla. Miró hacia la mano de Carmen que seguía sosteniendo aquella brújula y sacó una idéntica de su bolsillo.

—Bonita brújula —le dijo a Carmen, enseñándole la suya.

Carmen miró al hombre que había a su lado, y un gesto de sorpresa se apoderó de su rostro.

—¡Claustro! —exclamó ella, guardándose la brújula en el bolsillo—. ¿Cómo me has encontrado?

Antonio Claustro se rió.

—Tu debes de ser la hija de Manuel Vergara. Cómo has crecido, niña; la última vez que te vi tenías cinco años. 

Carmen se quedó todavía más sorprendida. No la buscaba  a ella.

—Esto sí que no me lo esperaba —dijo Claustro—; dos pájaros de un tiro.

«Entonces» —pensó Carmen— «ha venido a buscar lo mismo que yo, la brújula del museo».

—Bien, niña, dame tu brújula. No te pertenece a ti, sino a la tripulación del Rompeolas.

—Ni hablar —respondió Carmen—. Esta brújula era de mi padre y me la entregó a mí; además, el Rompeolas ya no existe; se hundió.

—No me hagas perder la paciencia —amenazó Claustro.

—No pienso dártela —replicó Carmen—. Si la quieres, tendrás que cogerla.

—Tú lo has querido —contestó Claustro.

Entonces su teléfono móvil empezó a sonar, Claustro respondió de inmediato, alejándose de Carmen.

Carbajo vio cómo el misterioso hombre, que había estado hablando con Carmen, se alejaba, cosa que aprovechó para acercarse él.

Carmen intentó prestar atención y distinguir, entre los murmullos de la gente, lo que Claustro decía por el móvil, aunque al hablar él en voz baja, sólo pudo percibir un pequeño comentario. Además, iba a ser interrumpida, por lo que no lograría averiguar nada más sobre la conversación que Claustro tenía por el móvil .

La BrújulaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora