Capítulo 1

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Las espadas se blandían al aire, en un baile de aceros. El pirata John Scott, llamado El Sangriento por los españoles en las Indias, lideraba el ataque contra los nativos de aquella isla dejada de la mano de Dios.

A los trece años John Scott había escapado de casa, de un padre que lo maltrataba, zarpando a la mar en un carguero. Dos años después partió hacia América, trabajando a bordo de un barco dedicado al tráfico de esclavos. Aprendió a navegar y en su tercer viaje decidió quedarse en el Caribe, embarcando en un barco pirata. A los treinta años ya era el capitán de su propio barco, uno de los piratas más temibles del Caribe, pues dejaba a pocos enemigos con vida, cortándoles la cabeza y colgándola por el exterior de su barco, como si de un adorno se tratase, por lo que recibió el sobrenombre de “El Sangriento”.

La batalla no daba lugar a ningún tipo de cuartel, los habitantes de aquella pequeña isla no tenían ninguna oportunidad para defenderse de los hombres del Sangriento. Los nativos no tenían casi armamento, salvo algunas lanzas.

En los años que los españoles llevaban en las Indias jamas habían encontrado ese lugar, a pesar de haberlo buscado sin cesar, pero ahora El Sangriento lo había encontrado y lo estaba saqueando. El sueño de cualquier hombre, la leyenda hecha realidad; John Scott tenía ante sí El Dorado.

Tras el ataque, los hombres de Scott fueron saqueando casa por casa, amasando un enorme botín en oro. El Sangriento, a pesar de los esfuerzos de los nativos por evitarlo, entró en una especie de templo; allí en medio, como si no hubiera nada más alrededor, encima de un pedestal se alzaba una majestuosa figura hecha de oro macizo. Scott se acercó hasta lo que parecía un altar; alargó las manos, enfundadas en sus guantes, y cogió la figura. Era una mujer, seguramente una diosa a la que aquella gente adoraba; parecía perfecta. Le pareció imposible que aquella gente tan primitiva hubiese conseguido fundir el oro para hacer algo semejante. De pronto la estatua comenzó a brillar más y más.

El pirata salió del templo con la estatua en la mano, entonces la tierra comenzó a temblar, el suelo empezó a abrirse a sus pies. Scott corrió y avisó a sus hombres que se dirigieran hacia la playa, para coger los botes y volver al barco. 

John Scott salió de allí con vida, pocos fueron los hombres del Sangriento que sobrevivieron. Desde el barco Scott vio, mientras se alejaba, cómo el cielo se volvía de un gris oscuro de golpe, llenándose de relámpagos, las olas que azotaban contra la isla parecían interminablemente altas; finalmente, tras una gigantesca ola, le dio la impresión de que la isla se hundía; y así fue. En pocos minutos el mar engulló lo que había sido una pequeña isla.    

* * * *

Segovia; en la actualidad

El despertador comenzó a sonar y Carmen Vergara intentó abrir los ojos, mientras todo su cuerpo parecía quejarse por tener que levantarse, alargó el brazo y presionó sobre el reloj, para que aquel timbre que resonaba en su cerebro se silenciara.

Se levantó como pudo, todavía somnolienta. Se sentó al borde de la cama poniéndose sus zapatillas, arrastrando los pies hacia delante, y estiró los brazos todo lo que pudo por encima de su cabeza. Se levantó, caminó por el pasillo, con la mano apoyada en la pared, y entró en el baño. Abrió el grifo, puso sus manos a modo de cuenco debajo del agua y se la echó en la cara para despejarse.

«Otra vez» —pensó. Llevaba varios días soñando con el pirata John Scott. Casualmente, los sueños empezaron el mismo día que encontró un anuncio en el periódico sobre una exposición de la vida en el mar: piratas, barcos hundidos, cartas de navegación antiguas y, sobretodo, brújulas. Carmen había visto, en la columna que anunciaba la exposición en el museo Carbajo de Madrid, la foto de una brújula, muy parecida a la que ella tenía, herencia de su padre; una brújula que a simple vista no servía para nada, pues no tenía aguja que marcase el norte, igual que la de la fotografía.      

La BrújulaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora