Alice. 2

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Parpadeo por milésima vez e intento centrar la vista en los movimientos que realiza el profesor con los brazos. Presiento que mi cabeza está a punto de estrellarse en la mesa, así que levanto mi mano colocándola en mi mejilla derecha para evitarlo. Bostezo sin hacer ruido.

Odio esta clase. Creo que jamás he podido atender ni una sola hora entera, me aburre de sobremanera.

Paseo la mirada por los pupitres de al lado, repletos de gente cuchicheando, mirando el móvil o haciéndose fotografías.

Giro la cabeza para observar el asiento vacío que se encuentra a mi lado. Nunca nadie se ha puesto ahí. Suspiro débilmente, sintiéndome muy cansada.

Los días entre semana suelen ser, generalmente, un infierno. Vuelvo a echar una mirada a todos mis compañeros y la cargo de odio y envidia. Envidia porque ojalá pudiese tener las vidas que tienen ellos, los cuerpos que tienen ellos, los amigos que todos tienen y todo aquello que no puedo ni he podido tener. Y odio por todo lo que cada día me hacen pasar, sin pensar en las consecuencias de nada, porque aquí todo parece un juego de niños.

Suena el escandaloso timbre, haciéndome rebotar en la silla de madera tan incómodas que nos ponen.

Todos se apresuran como alma que les lleva el diablo a recoger sus cosas para pillar los mejores sitios en la cafetería. Yo me dedico a guardar uno a uno y lentamente los bolígrafos en el estuche, esperando a que todos se marchen para salir con tranquilidad.

-¡No te olvides de tus pastillas, Cortes!

Me toco el brazo izquierdo automáticamente después de escuchar eso, y trago saliva con dificultad. Levanto la vista hacia el profesor, intentando pedir alguna especie de ayuda, pero lo veo demasiado ocupado borrando con sumo cuidado la tiza de la pizarra.

Nunca hacen nada...

Cuando termino de guardar todo lo que tenía esparcido sobre la mesa, me levanto y me encamino con lentitud hacia la cafetería. Normalmente me traigo mi propio almuerzo, pero hoy se me ha olvidado prepararlo y no soporto tener que entrar al sitio más concurrido de toda la escuela.

Me paro en mitad del pasillo, sopesando la idea de no almorzar hoy. Total, es solo un día sin comer.

Mi estómago ruge dando clara su opinión al respecto. Coloco mi mano vendada sobre él y suelto un ruidoso bufido mientras me animo a mí misma a caminar.

Abro la pesada puerta para encontrarme el mismo panorama de siempre: Gente chillando, subidos en las mesas, jugando con cualquier cosa, correteando, charlando, riéndose... casi cualquier cosa menos centrarse en comer lo que tienen en sus bandejas.

Me apresuro a coger la mía y me la lleno con todo lo necesario a la velocidad del rayo, dirigiéndome a la mesa más apartada y vacía de la sala sin separar la mirada de mis pies. Quizá no se hayan dado cuenta de mi presencia.

Me siento y suspiro de alivio al pensar en esa maravillosa posibilidad. Quizá estén todos demasiado ocupados con sus vidas ajetreadas, sus fotos y sus chismes como para darse cuenta de una chica que lo más interesante que puede tener es que se le ha olvidado traer su comida.

Quizá se hayan cansado de mí.

Quizá ya les aburra.

Quizá...

-Vaya, vaya, vaya. Pero quién tenemos por aquí...

O quizá no.

-Hola, Cortes- le imagen de Troy aparece en frente mía, apoyando sus codos sobre la mesa y mirándome con una sonrisa tan estúpida como su propio nombre.

Ángeles caídos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora