Jack. 3

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Los ineptos profesores son conocedores de mis problemas, y por ello se encargan de reservarme un asiento apartado de los demás alumnos. Pero como buenos ineptos que suelen ser, su única aportación es simplemente arrastrar esa mesa hacia el fondo más lejano de la clase.

Obviamente, ésta acción es lo suficiente connotativa para despertar el interés de todas las cabezas huecas necesitadas de algo que les mantenga lo suficiente ocupados.

Y aquí los chismes vuelan.

Me siento en mi lugar de siempre, arrastrando los pies, y dejo caer mi mochila creando un ruido, quizá, demasiado sonoro.

Noto que todos me miran pero no estoy seguro, me dedico a pensar en cómo mis rodillas se doblan y aguantan mi peso para conseguir que mi cuerpo se pueda sentar sin ningún problema.

Es tan curioso.

Las miradas, los cuchicheos y los susurros de la gente no suelen afectarme nada. Consigo evadir todo lo que me rodea porque solo suelo fijarme en lo que me interesa. Y ellos no me interesan.

Me aburren, siempre usan las mismas pautas y los mismos movimientos. No son absolutamente nada originales.

Abro lentamente la cremallera de la mochila, centrado todos mis sentidos en el ruido que esta reproduce.

Cabezas huecas.

El sonido de la campana se estrella de forma irritante dentro de mi cabeza, y me obliga a cerrar los ojos hasta que se calla. Suspiro cansado mientras oigo todos los movimientos apresurados de la gente. Yo, en cambio, me tomo mi tiempo para guardar las pocas cosas que he sacado.

Cuando me coloco la mochila en el hombro derecho, me fijo que el profesor está esperando con las cosas en la mano hasta que me vaya.

Los rasgos de su rostro se ondulan formando una expresión, que, a mi parecer, irradia entre miedo y preocupación.

Introduzco mi mano derecha en el bolsillo de la chaqueta y salgo con lentitud para dejarle tranquilo.

Los chismes han conseguido que hasta los profesores me tengan miedo. Ojalá pudiese decir que esa acción me produjese una cierta sensación de alivio o superioridad. Porque eso es lo que la gente normal siente: el miedo les eleva, sintiéndose más poderosos que nadie, sintiendo que nadie puede con ellos.

Y, sin embargo, a mí me resulta totalmente indiferente.

Salgo por la puerta de siempre, la que menos concurrida se encuentra. Lo bueno de estas horas, es que la mayoría de las personas se dirigen siempre a los mismos lugares. Es como un imán que les atrae o como si una especie de microchip implantado en sus pequeños cerebros les indicara dónde deben encontrarse todos, como zombies. La necesidad de ser vistos, de ser conocidos y su necesidad imperiosa de no estar solos son sus cerebros.

Me dirijo a la zona más vacía y apartada que encuentro en todo el instituto, y a la que siempre voy para no cruzarme con nadie. Me encuentro con un par de chicas a las que ni siquiera me fijo en su rostro. Nada más verme, se apartan y se alejan, dejándome con el trozo de pared en el que siempre me apoyo.

Eso es lo bueno, supongo, no se acercan a mí y me dejan en paz.

Me siento en el suelo y apoyo la espalda en el frío tacto de la pared ladrillada, saco los cascos enrollados y me los coloco en los oídos, con la capucha tapándolos. Busco el MP3 y le doy al 'click'; al segundo, la música invade mi cabeza de una forma gratificante. Subo el volumen casi al máximo y cierro los ojos, dejando que me destruya los tímpanos y no me deje pensar.

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⏰ Last updated: Jan 01, 2017 ⏰

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Ángeles caídos.Where stories live. Discover now