-Capítulo 3-

72 7 0
                                    

—Eh. No me toques con esa familiaridad.

Thomas sintió cómo la mano fría de Charlotte empujaba la suya hasta hacerla caer.

Al momento se escucharon varios murmullos, suspiros y grititos ahogados por parte de las seguidoras y grupiers que éste poseía.

Charlotte rodó los ojos, incómoda ante la situación. Y Thomas no hizo más que dedicarles una sonrisa supuestamente encantadora.

Cuando quiso hablar, se perdió en sus pensamientos. La chica que tenía delante acaparaba por completo su curiosidad. El cabello se arremolinaba alrededor de su cabeza con rizos y medios rizos en un color rojo tan vivo y brillante que lo desconcertó momentáneamente al pensar que no podía ser natural.

Como un rubí.

Y aquellos ojos grandes, de pestañas gruesas, tenían algo pero no sabía descifrar qué.

—Tranquila —volvió a sonreír. Pero ésta vez sólo para Charlotte—. Y como no he oído ninguna negativa, hasta luego Lotti.

Y sin darle tiempo a protestar y verla enfadada dio la vuelta con una sonrisa triunfal, hacia su pupitre, dando paso a la profesora de Historia. Quien acababa de entrar por la puerta y ya se disponía a profundizar la Guerra Fría.

No era de extrañar en Easter que las clases como Historia estuvieran mezcladas con alumnos mayores y menores.

Exceptuando matemáticas, lengua y ciencias: todas las demás clases eran mixtas.

Sólo se debía presentar una prueba de admición con el nivel de conocimiento requerido para dichas clases.

Luego, se encontraban clases y actividades optativas. A las cuales se accedía si ningun tipo de prueba requerida.

Las clases le hubieran resultado amenas si su mañana no hubiera comenzado de aquellas maneras.

Había intentado ignorarlo, pero él estaba siempre tras una puerta o en una esquina. Y lo peor de todo, es que eran realmente casualidades. Ninguno de los dos buscaba encontrarse. Sólo sucedía.

Y siempre le seguían, a una distancia razonable, sus grupiers.

Podía palpar la arrogancia con la que caminaba. Y la lucidez de aquellos que se abrían a su paso.

Cómo le alimentan el ego.

Con él, la mayoría de las veces, iban dos chicos más. A veces tres.

Evan Müller, Brett Morgan y Keith Adams.

Ya los conocía, a todos y cada uno de ellos. No eran perritos falderos de Thomas, pero sí amigos. Uno más íntimo que otros.

Los conocía por las clases y círculos de amistades que solía frecuentar por Valeria. Ciertamente Müller era amigo de Kred, y lo había visto en más ocasiones. Era algo pretencioso, pero amigable y cariñoso con ella, como un hermano mayor.

Mientras que Morgan y Adams sólo eran conocidos por las clases y esas vistas rápidas en las reuniones de amigos. Le parecían graciosos y medianamente agradables. Pero hasta ahí llegaba el interés.

Vio que Evan se detenía para mirarla. Con las manos en los bolsillos, aquel jersey crimson de cachemir sobre la camisa blanca impoluta, pantalones negros y zapatos a par era imposible no derretirse bajo su mirada ambarina y aquel cabello, despeinado por el viento, caoba.

Era casi imposible no desmayarse cuando sonreía. Justo como había hecho en aquel momento: levantando las comisuras de sus labios tentadores y mostrando una dentadura perfecta.

Carpe DiemWhere stories live. Discover now