El sol intentaba colarse a través de las cortinas de seda roja para dar de lleno en lo ojos de Thomas.
Soltó un juramento junto a la almohada que después lanzó contra la ventana francesa de caoba negro en un intento frustrado por ocultar la tenue luz que sí llegaba a sus pupilas.
Había pasado ya una semana desde la fiesta que había organizado la familia Morgan y desde aquel acontecimiento Thomas no había visto a Charlotte en ningún lugar. Intentaba cruzarse con ella, pero o siempre estaba rodeada de gente, como el estúpido de su buen amigo Müller, o desaparecía sin darse cuenta, y aquello le había generado muy mal humor. ¿Lo estaría evitando?
Había disfrutado de lo lindo bailando con ella. Su incomodidad lo reconfortaba y muy en el fondo le hacía albergar la esperanza de que Charlotte no era tan inmune a sus encantos después de todo.
Se incorporó sobre su enorme cama de sábanas de lino blanco y se restregó los ojos.
Parecía un niño pequeño: indefenso y vulnerable.
—¿Ya estás despierto bebé? —Se escuchó preguntar a una voz femenina desde el marco de la puerta de su baño privado.
Vestía simple y únicamente una camiseta negra demasiado grande y masculina para su figura. Tenía el pelo rubio revuelto y los labios hinchados. Dibujaba una sonrisa seductora demasiado trabajada, perfeccionada y para nada natural.
—¿Cuántas veces te he dicho que no me llames así? —bufó levantándose, literalmente, con el pie izquierdo.
Lisbeth se apoyó en el quicio de la puerta y se cruzó de brazos. Su cuerpo era de envidia, y lo sabía muy bien.
—Estás menos amoroso que ayer —ronroneó— . ¿No quieres repetir? Me gusta cuando te vuelves loco y lo necesitas rápidamente...
Alec soltó otro pequeño juramento mientras pasaba junto a ella.
Le gustaba, le encantaba, cómo era Lisbeth en la cama. Entregada y experimentada a sus casi 20 años, pero su personalidad de víbora lo echaba atrás en muchísimas ocasiones.
Apretó fuerte los labios y se obligó a esbozar una fina sonrisa diplomática.
—No olvides cerrar la puerta al salir.
Pudo escuchar chirríar los dientes de Lisbeth al cerrar la puerta del baño.
Algo que sabía, era que al salir no la encontraría allí.
Como algo mecánico, abrió el grifo de la ducha, se quitó lo único que llevaba: los calzoncillos, y se metió bajo el chorro frío de la ducha.
Sí. Eso era. Necesitaba una ducha bien fría, helada, que lo dejara pensar.
Sólo había pasado una semana y no había sentido antes la necesidad de ver a alguien tanto como a ella.
Era algo estúpido y de locos.
Apoyó ambas manos en los azulejos blancos y dejó que el agua le callera por la espalda. Estaba muy fría y, a pesar de que aquello le dificultaba respirar, lo agradecía.
Lisbeth sólo lo satisfacía en el campo sexual. Y por raro que pareciese en él, se estaba cansando.
Cerró la llave y se quedó quieto. Él, Alec Thomas, se estaba encaprichando de una chica que apenas conocía.
Esbozó una sonrisa petulante y salió.
Si de algo estaba seguro, era de que vería a Charlotte.
Cuando salió de la mansión, no sin escuchar una charla de Candy sobre la llegada de sus padres, Thomas esperaba un día soleado. En cambio, nubes mensajeras de tormentas asomaban por todos los rincones.
YOU ARE READING
Carpe Diem
RomanceSi a Charlotte Hunt le hubieran pagado por cada vez que se cruzaba con Alec Thomas por casualidad sin darse cuenta de quién era, podría haber sido más rica de lo que eran sus padres. Thomas el chico más arrogante, y ¿por qué no? también atractivo, d...