VI

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Sin embargo, ninguna de las dos permanecimos fuera mucho tiempo.

Nos encontrábamos en la entrada de la mansión, repasando algunos de los hechos suscitados y pensando en si debíamos volver y abandonar al joven Wight ahí —pues Lady Arlington siempre podía proveerlo de alguno de sus carruajes—, cuando fue el mismo mayordomo el que se presentó ante nosotras, instándonos a entrar.

Aunque decir que era el mismo es un error.

—¿Señorita Russel?, ¿señora Wight?

—Así es —dije.

—¡La misma! —exclamó la señora Wight.

—Verán, mi nombre es James Mortimer y hace algunos años que trabajo con el escuadrón de vigilantes. Me encuentro en un caso ahora mismo y, lamento decirlo, creo que el señor Wight puede estar en peligro.

Entonces el mayordomo pasó a contarnos una historia tan absurda como fascinante.

Lady ArlingtonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora