4. Sevilla

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Agoney ya no sabía donde esconderse de Raoul. El rubio se había pasado todo el día detrás de él, preocupado por su brazo, ayudándole a hacer todo, y hasta dándole la comida como si fuera un niño pequeño.

Vale, agradecía que se preocupara por él e intentara ayudarle, pero hasta un punto.

-Ya puedes salir. –le informó Ricky, entrando en el baño. –Se ha ido fuera con Mireya.

Agoney suspiró aliviado.

-Gracias.

-No sé por qué no se lo dices directamente.

-Porque tampoco quiero hacerle sentir mal. Últimamente llevamos unos días muy buenos y me sabe mal.

-Sí, pero también tiene que entender que no puede estar pegado a ti todo el día.

-Bueno, es igual, Ricky.

-¿Os habéis liado? –le preguntó el mayor.

-¿Qué?

-Que si os habéis vuelto a liar y por eso está tan pegajoso.

-Ah, no, no. Nada de eso. –le aseguró Agoney. –Está preocupado por lo del hombro, nada más.

-¿Nada más? –levantó una ceja.

El canario resopló.

-Y porque el otro día me emborraché y dije cosas que no debía haber dicho. Y creo que tiene miedo de dejarme solo por si me da el bajón o algo.

Ricky se acercó y le puso una mano en el hombro que tenía bien.

-Yo lo entiendo, créeme, pero lo que tampoco puede hacer es agobiarte.

-Ya lo hablaré con él, pero ahora no me apetece.

Ricky asintió y después le dio un medio abrazo, procurando no tocarle el brazo que tenía con el cabestrillo.

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Faltaba menos de una hora para que empezara el concierto, y estaban todos preparados, algunos dando los últimos retoques en peluquería y maquillaje, y otros sentados en un sofá, comiendo algo mientras esperaban a salir al escenario.

-Voy a mear. –dijo Agoney, mientras se levantaba del sofá.

-Te acompaño. –se levantó Raoul.

El canario se paró en seco.

-¿Se la vas a agarrar mientras mea? –bromeó Roi.

-Si hace falta, sí. –contestó el rubio.

Agoney resopló, dándole la espalda y saliendo de la habitación.

-Ago. –corrió Raoul, detrás de él. –Agoney.

-¿Qué? –se giró, parándose en medio del pasillo.

-¿Qué pasa? –se acercó.

-Que no necesito tu ayuda para mear, Raoul. Llevo todo el día meando solo.

-Bueno, yo solo me he ofrecido. –se defendió. –Pensé que te daría menos reparo si te ayudaba yo.

-¡Pero es que no necesito que me ayude nadie! –gritó. –Deja de hacerlo todo por mí, por favor.

Raoul frunció el ceño, visiblemente molesto.

-Vale, yo solo pretendía ayudar. –soltó. –Pero veo que sigues sin querer ayuda.

We Are Never Ever Getting Back TogetherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora