Capítulo 1

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Itzel Arellano nació en Chiapas en una pequeña comunidad perteneciente al municipio de Cintalapa, desde que su madre doña Soledad se enteró de su llegada la casa se llenó de alegría, pero sin duda el más feliz fue su padre don Fernando, al tratarse de su primer hijo su mayor deseo era tener un varón.

Sus padres tenían una muy buena historia, era su destino estar juntos, encontrarse. Asistieron a la misma escuela, la única del pueblo. Él Fernando Arellano estaba ya en quinto grado cuando ella Soledad Moguel ingreso en segundo, recién llegada de otro pueblo desde pequeña sobresalió por su exquisita belleza, grandes y expresivos ojos negros, largo cabello negro y brillante y con la piel más blanca que Fernando hubiera visto en sus doce años de vida. Fernando por su parte era más alto que sus compañeros y fuerte para su edad, pues desde muy chico trabajó al lado de su padre en el campo y su cabello llamaba la atención por ser rizado, recibiendo el apodo de "el chino" desde muy pequeño.

Con el paso de los años, siendo ya Soledad una adolescente y siendo una comunidad pequeña fue inevitable que no se conocieran y llegarán a tratarse, siendo claras las intenciones de Fernando, alejando a los pretendientes que buscaban un acercamiento con la bella Soledad. No hubo pues impedimento para que llegaran a ser novios, los padres de ambos jóvenes veían con buenos ojos su relación, en una época y lugar donde los noviazgos como el suyo auguraban un próximo feliz y joven matrimonio.

Sin embargo las historias de amor tienen tramas que las vuelven más interesantes llevando a estos enamorados a separarse, el motivo, una rara enfermedad que le llegó de la nada a Doña Zenaida, la madre de Fernando, que después se enterarían se trataba de cáncer en el estómago, lo que obligó a la familia a irse del pueblo en la búsqueda desesperada de una cura que aliviara los dolores de la señora. Fernando al igual que sus hermanos se fue a tierras lejanas a buscar trabajo en la ciudad donde Fernando aprendería el oficio de albañil.

Solo una rápida despedida y un beso dieron fin a su relación, Soledad de entonces quince años vio frustrado su primer amor. Después del adiós y tras encontrarse de mejor ánimo una nueva ilusión le llegó, esta vez, convertirse en maestra de primaria sería su meta. Su padre Don Domingo Moguel al tratarse de su única hija, su más querido bien, se niega a dejarla ir lejos de casa para estudiar, pues al ser mujer su único destino es ser esposa, madre y ama de casa. Su único consuelo fue entonces aprender a costurar en una vieja máquina de su madre.

Con diecisiete años, conoce a Gilberto, joven trabajador que llegaba desde el pueblo vecino con más hombres contratados por su padre para la pisca del maíz y el cacahuate. Siguiendo su destino, trazado por su padre y tras un fugaz enamoramiento Soledad huye con él, iniciando así la más oscura etapa de su vida.

Gilberto al o contar con el apoyo de su familia y sin ningún patrimonio decide llevarse a Soledad a un rancho en la montaña de donde se hace cargo de cuidar las tierras y el ganado, un lugar sin electricidad y el agua tenía que ser traída del río.

Soledad pasaría sola muchas noches en la montaña, escuchando a los coyotes y el rugido del jaguar, pues Gilberto tenía que bajar frecuentemente a donde su patrón por encargos e insumos la cosecha, sin embargo aprovechaba cada viaje para tomarse unas copas en cualquier cantina y comprar aguardiente para emborracharse en el rancho.

El embarazo llegó y el comportamiento de Gilberto empeoró, llegando a golpearla varias veces por no poder realizar sus tareas por su estado.

Solo bajaron los dos de la montaña en la fecha estimada del alumbramiento, Doña Delfina, se regocijo de por fin poder ver su querida hija y más aún, con la llegada de primer nieto Alfredito.

Don Domingo celebró la llegada de Alfredito con unas copas, fue la única vez que Gilberto probó el alcohol frente a su suegro, claro disimulando su comportamiento. Cuando Soledad expresó su deseo de no volver con su marido, su padre fue el primero en convencerla de que su lugar era al lado de Gilberto, y al poco tiempo se encontraba otra vez en la montaña esta vez con más miedo de quedarse sola con su bebé en la montaña llena de animales peligrosos.

Gilberto al encontrarse feliz por la llegada de su primer hijo y por la suerte de haber tenido un varón disminuyó su trato brusco una temporada. Pero luego volvió a ser el mismo de siempre, que disimuló muy bien en las escasas dos visitas a la casa de Soledad.

Un año después Soledad volvió a quedar en cinta, pero esta vez al bajar a casa de sus suegros no fue posible ocultar los golpes que le dio a soledad en su última borrachera, lo que causó la furia de don Domingo y el llanto de doña Delfina. Golpeado por su suegro, Gilberto se fue prometiendo que no volverían a saber de él. Fue entonces que la llegada de su segundo hijo, Santiago, y el encontrarse sana y salva en casa le devolvieron la alegría a Soledad. Don Domingo no se perdonaría nunca el haber entregado a su querida hija a un hombre como ese y se prometería apoyarla en todo lo que fuera posible, pues la vida de su hija no sería fácil como madre soltera y menos en aquel pueblo, pues ya lo dice él dice dicho, pueblo chico infierno grande.

ItzelWhere stories live. Discover now