Capitulo 2

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Los dos bebés se convirtieron en luz de la vida de Soledad, Alfredo de dos años caminaba ya muy bien y comenzaba a hablar más fluidamente, era un niño muy tranquilo que si se caía se levantaba rápidamente y nunca lloraba, le encantaba andar detrás de la abuela por el patio, ayudándola a atrapar los pollitos que se escapaban del gallinero, riéndose siempre. Santiago de 6 meses era también muy risueño pero tenía un temperamento y pulmones más fuertes, tanto que su llanto se podía oír desde muy lejos.

Doña Delfina y don Domingo amaban a sus nietos, él les hacía juguetes con sus propias manos y ella les preparaba los más ricos dulces caseros. Soledad, que no había olvidado cómo usar la máquina de coser les confeccionaba las más adorables camisas. Ella estaba feliz de que sus niños se parecieran mucho a ella y no a su padre. Desde que hablo Alfredito aprendió a decirles mami y papi a sus abuelos y Santiago le copiaría tiempo después.

Al siguiente año, cuando ya los dos niños correteaban en el patio detrás de un pato, don Domingo llego con malas noticias, el maíz no se iba a dar, las lluvias no se presentaron como regularmente lo hacen cada año y tendrían que apretarse el cinturón y sobrevivir con lo que quedaba de la cosecha del año pasado.

Soledad no quería causar más problemas a su padre, pues sabía muy bien que en el pueblo eran considerados alcahuetes de su hija y tampoco quería ser una carga, así que después de mucho pensarlo decidió ir a trabajar a la capital del estado. Su padre no fue capaz de negarse, pues la idea ya estaba muy dentro de su cabeza, doña Delfina se haría cargo de los niños. Un mes después y por el contacto de una comadre de su padre Soledad partió a Tuxtla, con el dolor de dejar a sus hijos que no sabiendo de la situación le llenaron de besos la cara en la despedida como en cada salida que hacía a Cintalapa para comprar telas, solo que esta vez no regresaría la misma tarde, tendrían que esperar quince días para ver a mamá Sol, como Alfredito aprendió a decirle.

Soledad llego a trabajar a casa de una pareja de profesionistas un doctor y una maestra, solo con un poco de ropa y una foto de sus hijos. Con su primer pago y con muchas ganas de verlos regreso la primera quincena, compro una bonita tela y una vez dormidos los niños les confecciono las dos más bonitas camisas que hubieran tenido, también en la capital les compro a cada uno un par de zapatitos. A la mañana siguiente pasaron un muy bonito día todos juntos, ellos estrenaron, se veían tan tiernos.

Sol partió al otro día otra vez al trabajo con nuevas fuerzas y con la sonrisa de sus niños en la mente. Cierto día, su patrona la vio mirando la foto, le pidió que se la mostrara y quedo sorprendida por los niños tan tiernos que vio. Ella era dos años mayor que Sol y llevaba tres años de casada pero aún no había podido concebir. En otra ocasión y con su deseo tan grande por ser madre le pidió a Sol que le dejara adoptar a Santi, recibiendo una clara negativa, después de esto se conformó con darle algunos regalos para los pequeños.

Cada quince días regresaba con muchas ganas de ver a sus hijos, ellos aprendieron rápido que mamá Sol solo estaría poco tiempo y después se iría, sin embargo, disfrutaban mucho estar en la casa con los abuelos, correteando en el patio grande de la casa, con los pollitos y patitos.

Después de un año de trabajar en esa casa sus patrones le notificaron que por causas del trabajo del doctor se tendría que ir de Tuxtla pero que ya la habían recomendado con una amiga de la maestra. Llego a su nuevo trabajo después de pasar el fin de semana con sus hijos, era una casa mucho más grande que la anterior y tenían ya una muchacha, Jobita, con quien se llevaría muy bien rápidamente y quien la convencería de salir a dar la vuelta algunas tardes que tenían libres.

El parque que actualmente se conoce como parque de la marimba era el que frecuentaban. Una tarde de verano salieron con la intención de comprar un helado, Jobita fue por los dos y dejo a Sol esperando en una banca bajo la sombra de un árbol de Pochota, mientras veía a unos niños jugar en el parque que le recordaron a Alfredo y Santi, no se dio cuenta que alguien más se sentó en la banca y cuando se giró, pudo ver a aquel alto muchacho de cabellos rizados que le sonreía, Fernando.

ItzelWhere stories live. Discover now