CUATRO

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La espinita clavada de mi mente


Se me daba exageradamente bien escuchar historias y dar consejos.

― 'Consejos vendo para mí no tengo'- me burlo de mí misma.

Sí, es cierto; pero aun así los consejos que daba cada día me sorprendían más. Era capaz de hacer que una persona con pánico a montar en un avión por primera vez, cogiese la motivación y las ganas suficientes no sólo para poner rumbo, sino además, para acabar yéndose sola.


Era el único momento, en el que me sentaba bien el comentario de:

― 'Mira que eres demasiado joven para pensar así'- porque la mayoría de las veces era para alabar mi personalidad.

― ¡Qué bien, ya era hora de dedicarme unas palabras bonitas! –pensaba con tono irónico.

Cada vez que alguien ponía la banderita de victoria en su camino, y había sido impulsado en parte, gracias a una terapéutica charla motivacional y filosófica, tomando un café o una cerveza fresquita conmigo; sentía como una oleada de felicidad invadía todo mi ser.



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Recuerdo perfectamente aquel día. Aquel comentario caló hondo.

― ¡Qué buena psicóloga serías! ¿Cómo no has estudiado psicología?- me decían, con los ojos saliéndose de sus órbitas.― Tendrías que replanteártelo Layla, se te da genial.


El "no lo sé" retumbaba en mi cabeza. Claro que lo sé. ¿Cómo no lo voy a saber yo? 

Mi espinita tenía nombre. Se llamaba Psicología.

Al tener que elegir entre dos caminos, pensé que Enfermería estaba en el primer puesto del ranking, lo otro era un mero hobby que se me daba y me sentaba, de lujo.

¿En serio? No. La palabra hobby cada vez me dolía más, pero no quiero entrar en la fiebre de la "titulitis". ¿Por qué se necesita título para todo? ¿Por qué no puedo ejercer simplemente por la pasión, el conocimiento y la experiencia que tengo en ese tema?

Dormir para soñar, cinco minutitos más.Where stories live. Discover now