3. Ejercicios.

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Madison y Rachel amaban hacerme ir por chocolate a altas horas de la noche. Lo adoraban.

         Ambas.

—Hermano, sé lo que se siente —John habló por el altavoz mientras yo intentaba ir un poco más rápido por la carretera, de vuelta a casa. Ya que nos habíamos mudado a otro lugar, dos meses luego de la primera visita al doctor pervertido, estábamos más lejos de la actividad comercial y Rachel se ponía tensa si me tardaba demasiado—. Luz quería paella a cada rato, ¿sabes? Y mi congelador no es tan grande.

—Ajá. —Cambié de canal para poder descender por el desvío—. ¿Cómo está Kevin?

—Grande y adorable, como siempre. —Se echó a reír—. Lo verás por ti mismo pronto, porque irás al acto de tu cuñada, ¿cierto?

—Claro que sí —refunfuñé, recordando que en unos días tendría que acompañar a Rachel a ver una función de ballet donde Marie había participado como coreógrafa, el precio a pagar por dos citas con el doc—. No sabía que se podían llevar niños.

—No se puede. —Hizo una pausa—. Pero teniendo en cuenta que las bailarinas tienen el triple de la edad de Madison, no creo que pongan mucho problema y más si no los ven.

— ¿Cómo así?

—Madison y Kevin entrarán por detrás, Marie los tomará y nos los dará.

         Puse los ojos en blanco.

—Ya tienes todo un plan, ¿eh? —Me estacioné, desabroché el cinturón y tomé la bolsa de dulces del asiento copiloto—. Acabo de llegar, hablamos después.

—Cambio y fuera —dijo antes de colgar.

         Tras cerrar la puerta y atravesar el jardín al que todavía le faltaba trabajo, subí las escaleras del pórtico y abrí. En la sala, decorada en tonos marrones, negros y grises, me encontré a mi pequeña flor en pijama, jugando con Pulpo y un piano para infantes. Me hubiese preocupado de no ser por la cámara que registraba sus movimientos.

—Traje tus gomitas, pero no te ahogues. —La tomé en brazos y subí la escalera con ella—. ¿Dónde está mami?

         Maddie extendió su manita en dirección al que sería el cuarto de su hermana y fuimos para allá. Como me había dado a entender, Rachel se encontraba ahí, armando una gaveta que no debería ni ver en su condición.

—Ven. —Molesto, equilibré el cuerpecito en un brazo y con el otro detuve a su obstinada madre—. Te dije que yo lo haría, ¿no podías esperar?

—Cálmate, no estoy enferma. —Rachel dejó de lado el martillo y se levantó, mostrándome su vientre abultado de cuatro meses. Su ombligo se enseñaba cada vez que se movía bruscamente—.Y quería ayudar, tú siempre estás ocupado con la embotelladora y no me gusta tener que incomodarte.

—Amor…—murmuré, llevándonos fuera de la habitación de la pequeña bebé que pronto vendría y adentrándonos en la de Madison—. Nunca me incomodas. Si quieres algo de mí, solo tienes que pedirlo.

— ¿Chocolates? —Sus ojos se alumbraron como dos linternas.

—Aquí. —Sacudí la bolsa cuyo cordón estaba amarrado a mis dedos—. Dulces sueños, mi pequeña flor.

         Rachel y yo nos despedimos de Madison con un beso en su frente, quien cerró los ojos antes de que nos fuéramos. En nuestro cuarto solo me tocaron para arrancarme los dulces.

—Chocolate blanco con galleta. ¡Gracias! —Mordió la barra—. Oh, Dios…esto está buenísimo. ¿Quieres?

         Asentí sin despegar la mirada de sus carnosos labios, feliz de complacerla. Con una mirada picara, mi futura esposa se acercó y levantó la envoltura. Pero, sorprendiéndola, pasé de largo y directo hacia su boca. Su caliente, jugosa y mucho más deliciosa boca.

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