El cuarto rojo

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Esta historia data de hace innumerables años, es difícil recordar, las imágenes de ese pasado están turbias, gritos, lamentos, todo se une en un popurrí de vísceras y arte. Dejábamos volar nuestra imaginación al hablar del cuarto rojo, unos cuantos ilusos pensaban que el rojo era causado por el carmín en el pintalabios de hermosas mujeres que dejaban su marca de amor en los ventanales, otros como yo optamos por una historia más realista, más acorde a la desdichada vida que llevábamos actualmente, un poco menos de amor y más de sangre... Pero todos concordábamos en una cosa acerca de ese lugar: fuera un utópico paraíso lleno de lujuria y felicidad o un deshuesadero desalmado y sanguinario, de allí no se salía, no se salía vivo, no se salía muerto. Fuera cual fuera la creencia de la víctima, del misterioso cuarto no se salía, era como si se esfumaran, pasaran a otra realidad, fueran al cielo, fueran al infierno o la historia que más complaciera a sus desesperadas almas. En lo que a mí respecta, pienso que pasamos a ser parte del lienzo bermellón que se asomaba a las tres de la tarde por el pasillo de la muerte, inundando las celdas con un rojo encarnado; este baño de sangre duraba aproximadamente cinco minutos y terminaba cuando un destello cegador centelleaba, ahí no solo terminaba la existencia de un pobre soldado sino un día más de historias para cientos.

Eran las dos de la tarde, me preparaba para mi divagación diaria, para oscilar entre la cordura y lo más descabellado —rojo, todo teñido de rojo—, anhelaba y odiaba los instantes que duraba la experiencia, me encontraba absorto en mis pensamientos cuando de repente algo ocurrió: una sombra estaba postrada frente al ventanal de mi celda, sabía lo que quería decir, era la hora, mi verdugo esperaba. Había imaginado este momento a diario en los últimos incontables años y al fin estaba ahí, se abrió la puerta de mi celda, hubo un impulso de ultra tumba que movió mis descalzos pies del suelo, me dejé llevar por la corriente, antes de darme cuenta había puesto un pie en el exterior, me sentía ajeno, volátil, pero mi cuerpo seguía hechizado, continué mi trayecto por el pasillo de la muerte, el silencio sepulcral que conocía a la perfección estaba en su cúspide, pero en esta ocasión yo era el protagonista. La espera cesó, estaba ahí, frente a la puerta del infame cuarto rojo, una descarga de emoción desaforada me invadió de la punta del pie hasta la coronilla, la puerta entreabierta me invitaba con picardía, la escuché y entré, la oscuridad se apoderó de cada hilo de mi alma, y al mismo tiempo mis sentidos estaban siendo deleitados por una cascada de sensaciones, desde el tacto de mis pies sobre una mullida y cálida superficie hasta mi oído que percibía un acelerado palpitar. Sin darme cuenta ya habían transcurrido casi los cinco minutos, empecé a vislumbrar un ápice de luz frente a mí, este se iba acrecentando con el pasar de los segundos hasta que me cegó. ¿Era el fin, o quizás el comienzo? 

El cuarto rojoWhere stories live. Discover now