La despedida

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Este episodio me sucedió justo antes de iniciar los viajes en el tiempo con la máquina que había birlado al viejo chiflado, todo gracias al rumor que se había propagado debido a aquella reunión convocada por él hacía ya varias semanas. Era el año 5485 y era mi despedida. Les había informado a mis camaradas que mis días de aventuras habían terminado y me iba fuera (aunque no decía exactamente a dónde) para continuar con proyectos personales.

La reunión era en el cabaret Le Chat Metalliqué. El establecimiento estaba abarrotado, con gente demasiado bebida, un cantante que gritaba groserías y el pianista embriagado durmiendo de lado. Ciertamente no era el lugar más recomendable para ningún caballero decente, pero eso era lo que menos se podría decir de nuestra compañía. Estaba toda la banda: John Fox, no había damisela que se escapara de su sagaz labia y era el piloto de nuestra nave; los hermanos Jonas y Julián Madrid, el primero estafador de primera en juegos de billar y el segundo el más salvaje de los delincuentes que podía alguna vez haber conocido; Jan Jumbo, el más respetado en el mundo del hampa y conocido por sus gustos libidinosos y descarados; y por último Alec Perro Loco Moodlio, dueño del local, de unas maneras de enamorar dignas de libros del siglo pasado, de los guantes para disparar garfios, de las pistolas de presión y de nuestra nave que simulaba ser un simple carruaje tirados por caballos metálicos cubiertos de piel.

Todos los artilugios estaban sobre la mesa, mientras le rendíamos pleitesía al verde jade de la deliciosa absenta y algunos otros sólo bebían cerveza. El humo de las pipas había vuelto denso el aire, y la risa y el bullicio nos evitaba tener cuidado de que alguien nos pudiese identificar. Por otro lado, Alec había sobornado a la policía y esa noche teníamos carta libre para disfrutar de la tertulia. La mesa estaba llena de bailarinas borrachas que escuchaban cada lisonjería que les podíamos decir. Hombres y mujeres vivían una gran algarabía, pero de la cual yo no era partícipe.

Anzhela, La Mort de Danseur, Illieva estaba a mi lado, pero no reía conmigo. Charlaba con todos y me exhortaba a revelarle mi amor a Grecia, La Tornade, Thompson, sin que ella pudiese devolverme la atención que yo le estaba dando. De todas las mujeres que conocí ella era la única a la que jamás se me había pasado por la mente asesinar. Pero eso no lo sabía Julián que me observaba de soslayo cada cierto tiempo, luego de limpiarse la espuma de cerveza con la manga y acariciar su cuchillo clavado en la mesa. Me acercaba a cada momento a La Mort de Danseur y le decía cosas al oído, pero ella no reaccionaba.

- ¡Vamos a llamar a La Tornade! - gritó Anzhela.

- ¿Qué? - dije - ¿Quién la va a traer?

- Hace un rato mandé a traerla - dijo Alec extendiendo el brazo como un camarero dispuesto a al orden. Acto seguido apareció volando un ave metálica, de esas que Alec tenía por costumbre usar. El ave llevaba un papel en el pico que su dueño recogió y leyó sonriendo hacia mí. - El carruaje llegará en cinco minutos.

- ¡Tendrás que pagar una ronda, Perrito! - gritaron las chicas - ¡Habíamos apostado contigo a que no venía!

Había arribado de la manera más provocativa que había podido conseguir: encajes colorados con detalles negros en su corsé, un sombrerito de plumas y un pequeño velo negro. En cuanto llegó la gente se apartó para darle cabida, mientras avanzaba hacia nosotros ondeando sus largos cabellos negros y contoneándose más de la cuenta. Si tenía que degollar mujer alguna, ella era la indicada de la noche.

Luego de las presentaciones de rigor, el espectáculo con las bailarinas comenzó. Las damas que nos acompañaban estaban de asueto, por lo que no tenían la obligación de subir al escenario, pero todas ellas se lanzaron a la pista llevándonos a formar parte del jolgorio. Aproveché la ocasión y me llevé a La Tornade a una esquina solitaria. Por mi cabeza deambulaba la idea de matarla allí mismo, pero en ese momento mis pensamientos también eran ocupados por La Mort de Danseur que se reía con Julián. No mataba hombres, pero en su caso podía hacer una excepción.

El Artilugio RobadoWhere stories live. Discover now