El Asesino y las piratas - primera parte

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- Soy Giles Copswaft y te voy a asesinar - le dijo mientras le acariciaba el rostro.

La pobre mujer estaba desnuda, atada a la cama, con el cadáver de su amiga desangrándose a su lado.

- Siento que las cosas hayan tenido que suceder de esta manera, pero vosotras fuisteis la de la idea del ménage à trois y soy particularmente débil ante las tentaciones carnales.

- ¡Piedad, mi señor! ¡Os ruego misericordia, por lo que más quiera! - dijo la mujer con la voz cortada.

- Tus súplicas me enternecen, pero me hace lamentar el momento en que descubrí tu boca. - dijo Giles.

- ¡Oh, noble caballero, ruego a usted retome la cordura y reconsidere este abominable acto! ¡La tripulación os descubrirá y usted perecerá en la horca!

- Deja atrás esas preocupaciones y...

Un estruendo interrumpió al hombre. Y no es que él fuera del tipo de personas que le fastidiaran o siquiera le distrajesen los sonidos fuertes, generalmente no, ni siquiera los realmente fuertes. Pero el detalle de este sonido, era que había sido acompañado por una pared que saltaba detrás de él y no debido a la magia ni nada, sino a una explosión. Este tipo de estruendos si distraía a Giles y más aún si el estruendo era acompañado del sonido de las últimas partes de la pared que se repartía en pedazos y abrazaba cariñosamente la espalda de Giles, del tipo de cariño que hace una pared que cae sobre un hombre.

Se oyeron disparos y gente gritando y suplicando por todos lados.

- ¡Vamos perras! ¡Carguen primero con la carne y luego con las armas! - gritaba una voz de una mujer que al parecer toda su vida se la había pasado gritando, con una voz tan rasposa y fuerte que aún en el barullo su voz era rasposa y fuerte.

Giles toda su vida había sido de cabeza muy dura y lo había comprobado en ese momento. No bien se despertó, se sacó los restos de madera de encima y buscó desesperadamente algo en medio de la habitación desbaratada. "Es singular que no me parezca raro el estar metido en medio de escombros, rodeado de una multitud que corre como gallinas sin cabeza y yo buscando algo más importante", pensó mientras saltaba sobre las maderas humeantes y luego husmeaba debajo de cada escombro, incluso metiendo la cabeza por debajo para ver mejor.

En esos momentos, Giles tenía una sola cosa en la cabeza y no reparaba en la gente que peleaba muy cerca de él. Tampoco se había percatado en que la mitad del barco estaba poblado de un gran incendio y la otra mitad por la tripulación que luchaba descarnadamente contra las piratas que los habían asaltado.

Eso le hubiera sorprendido a Giles y, en realidad, a cualquiera. Todas eran mujeres. Aunque uno a simple vista hubiera pensado que eran piratas con las espaldas extrañamente estrechas, dando una mirada más cercana y detenida uno podía ver: cabellos largos, caras sucias llenas de facciones suaves, ropas sucias y gastadas sobre pechos abultados (que en algunos casos saltaban tanto que te distraían y te desconcentraban y hacían que pensaras, en otras, cosas. Cosas, quizá, más acuosas) y caderas demasiado anchas para un hombre y una espada que te partía la cara en dos antes de decidir si seguías peleando o preguntarle "¿tan bonita y pirata?".

Un tipo cayó a su lado con la cabeza bañada en sangre. Giles volteó a verlo y arqueó una ceja. Se acercó al tipo y le cogió la cabeza suavemente, lo tomó por la solapa de la camisa y con ambas manos lo levantó y lo empujó hacia otro lado.

Allí, donde antes había estado la cabeza sangrante del herido, estaba su cartera. La levantó, dejando al descubierto el rostro engarrotado de horror de la mujer que había degollado. Desempolvó la cartera, la abrió y dio un gran suspiro. Dentro había un bulto envuelto en terciopelo negro que abrió suavemente para descubrir los pequeños destellos de joyas en su interior.

El Artilugio RobadoWhere stories live. Discover now