El Asesino y las piratas - segunda parte

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Ese día, o, mejor dicho, noche, las tres durmieron más calientes que de costumbre. Es cierto que estaban en el campo a disposición de cualquiera que pasara (hombre o animal) y que aún dentro de la canasta el frío era intenso, pero tanto como para las dos, Yoina y Kuji, como para Shoshana era una mejoría dado su anterior estatus de secuestrada.

A la mañana siguiente, luego de un opíparo desayuno, la anciana Kuji habló mientras Yoina dormía:

- Mira mamacha, esta pequeña niña que te ha rescatado también me ha rescatado a mí. Yo le hice una promesa, que por mi edad de seguro cumpliré, pero apenas si tendré suerte si sus hijos echan flores en mi tumba. Ella es la niña más inteligente que he visto, pero la que más anda sobre las nubes. Tiene la esperanza de encontrar a su padre, que algún día desapareció en un viaje hacia España. Yo estoy segura que el hombre debe de estar más muerto que la gallina que estamos comiendo, pero ella insiste en querer ir hasta allá.

- No puedo regresar a mi casa, mamá Kuji. Les quemamos la casa a esos hombres y si, por la gracia del señor, han sobrevivido deben de estar buscándome en casa mía o de mis parientes. Quién sabe si contándole las fechorías que esos bribones hicieron de mí, denigrándome con engaños y bajezas.

La anciana tomó un poco de sopa y la miró con una mirada que podría haber partido una piedra en dos:

- Yoina quiere un barco. Iremos al norte, donde nadie te conoce y allí conseguirás un barco para nosotras. La niña ha hecho un diseño que no entiendo, pero que dice que varios maestros carpinteros entenderán. ¿Qué dices?

Shoshana miró a Yoina con ojos maternales y le acarició el cabello.

- ¿Qué es lo que está haciendo Shoshana en la casa de ese señor?

- Ususiychay, ese señor es alguien muy importante en el puerto, tiene mucho dinero y te va a conseguir tu barco.

- ¿Tanto se demora conversando con él?

- Pensé que te habías acostumbrado a esperar tanto tiempo durante todos estos días.

- Sí, pero hasta ahora no imagino de qué pueden hablar tanto.

- Mira ahí sale.

Las tres mujeres (bueno, las dos mujeres y la niña), no se saludaron. Más bien, discretamente, se metieron a un callejón.

- Ya está. En cuanto se despierte, nos hará el barco según los diseños tuyos Yoina.

- ¿Qué? ¡¿Cómo que cuando se despierte?! ¿¡Lo has golpeado!?

- ¡Y creo que nunca lo han golpeado así!, porque ya he conseguido hasta matrimonio, una casa con criados y todas las joyas que quiera.

~ * ~

Yoina entró tambaleándose derribando varios libros que tenía apilados encima del escritorio. Tenía un ojo entrecerrado y el otro entreabierto. Sacó la pistola y encañonó a Giles:

- Ashí que el teshoro mássh graanshde, ¿no?

Giles, amarrado con las manos por detrás, sólo le limitó a mirarla y sonreír:

- Me he equivocado, madame. Usted tiene mucho más de ciencia que yo, así que aceptará en buen grado la naturaleza de mi historia y las peculiares características de mi cargamento.

Yoina pisó en falso y se recostó contra la pared. Luego se puso en pie, con la dignidad que tienen y han tenido todos los borrachos en toda la historia de la humanidad.

- En eshtos momentossh no me impoooorshtan los teshorosh y lash máquinashh.

Giles sonrió.

- Puede que aquello que tiene planeado sea más interesante, así atado como estoy, pero le comento que tengo algunas necesidades biológicas que no va a conjugar de manera muy agradable con lo que vaya a hacer.

El Artilugio RobadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora