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SCOTT

El interior del basurero está estrecho y es muy incómodo. Un cartón también se encaja en mis costillas, incomodándome.

Conservo la calma, sin mover un solo músculo mientras contemplo a Raisa. Ella, recostada de espaldas sobre todos los cartones, no ha dicho absolutamente nada y se ha mantenido muy quieta. Estiro el brazo y la sacudo un poco.

No ocurre nada, pero sé que todavía mantiene los ojos abiertos.

—¿Estás consciente? —Intento mover las alas, pero duele como el infierno. Luego descubro que la tapa del contenedor cayó sobre ellas, presionándolas contra mi cuerpo.

Pese a que empieza a faltarme el aire, prefiero mantenerme así, por si Nil sigue buscándonos por la zona. No correré el riesgo de que nos encuentre. No correré el riesgo de que se la lleve.

No puedo fiarme de los ángeles, no puedo fiarme de nadie.

—Raisa —la llamo, pero no hay nada sino hasta un par de minutos después, cuando la puerta del contenedor se abre y el gato en forma de humado la saca.

—No te la llevarás —anuncio, pero sin más continúa con su camino a través del callejón. Es evidente que no planea hacerme caso—. No confío en ustedes —le informo, saliendo del contenedor con dificultad, ganando un poco de tiempo cuando él se detiene y me contempla de reojo.

A mis costados, los muros de ladrillo se elevan dos pisos sobre nuestras cabezas. La mayoría de edificios tiene techos triangularas, y otros tantos poseen grafitis que, aunque llegara a intentarlo, no podría descifrar su significado. También existen algunas puertas de hierro, y el suelo de piedra está sucio.

El calor se extiende a través de mi espalda, avanzando por cada músculo, haciendo correr el sudor por mi frente. Me doy cuenta de que no es realmente a mí a quien Prince mira, sino más bien a mis alas. Todavía siguen quemándose, cada pluma parece estar hecha de carbón hirviendo que poco a poco se consume. Apenas las siento, y cuando consigo moverlas, duele bastante.

Sé lo que significa, aunque no puedo encontrarle el sentido. Es obra de los de arriba. Estoy convirtiéndome en un caído.

Me tiemblan las rodillas, pero todavía me mantengo de pie.

—¿Y en Raisa?, ¿confías en ella? —pregunta, pero no sé qué responder, tengo muchos sentimientos encontrados y me cuesta descifrarlos.

Al cabo de unos segundos, tan solo sé que no quiero dejarla, aunque sigo sin comprender la razón. No. No es que no quiera, más bien resulta ser que no puedo alejarme.

¿Cómo es eso posible? Con mi caída, mi tarea con respecto a ser su guardián también habrá terminado, pero no lo siento así. Quiero estar con ella, cuidarla de todo y de todos, pero específicamente de ellos, más que a ninguna otra cosa.

—¿La quieres? —insiste Prince, enmarañando mis pensamientos todavía más. Ahora son un completo caos.

—¿De qué hablas? —Llego hasta ellos y me percato que Raisa no hace más que mirarlo a él y parpadear, como si intentara alejar una bruma de pensamientos que empañan su mente. Casi parece un bebé que no comprende nada de lo que sucede. Por otro lado, me alivia saber que empieza a recuperarse, pero habrá que esperar a ver qué fue lo que Nil tuvo tiempo de hacerle.

—Perdiste las alas por una humana que más bien está dispuesta a entregar la vida por un demonio. —Me enseña una sonrisa fría. Y la consecuencia es agraviante porque se trata de él, el mayor problema de todos—. Deberías odiarla.

Amando la Muerte ✓Where stories live. Discover now