Prólogo

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El sol se levantaba por encima de los cerros, se oía el canto rutinario de los gallos a la distancia mientras Rodrigo Cátedra se erguía sobre su cama en un último bostezo anterior al desayuno. Su perro arañaba la puerta de la casa mientras ponía la pava sobre el fuego de la hornalla. Cuando liberó a su perro descubrió al poderoso sol frente a sus, no muy despiertos, ojos; concibió la idea de que ese sería un mal día para el trabajo. Los días lluviosos y soleados le encantaban desde cierta perspectiva, una en la que él no tuviera que salir a encargarse de sus vegetales, ni gallineros, ni el ganado; amaba ver pasar la tarde sentado en su banquillo ubicado en la entrada con un mate en la mano y un cigarrillo en la otra.

Rodrigo miraba como su perro correteaba traspasando las inmensas áreas de cultivo, acercándose a la calle, para luego volver a aproximarse a los cultivos y luego rozar la calle una vez más y así hasta que le faltara el aliento más su deseo de volver a casa evocaba. Rodrigo se postraba en la puerta hasta que oyó los pasos de Henry, su pequeño hijo. En ese instante le pidió que pusiera la mesa en lo que él despertaba a su esposa Miranda.

Volvió a su habitación y miró como Miranda gozaba de un enorme y cálido sueño profundo.

- Vamos amor, la mesa ya está preparada – Dijo Rodrigo entre besos en el cuello de Miranda.

Ella solo respondió con un quejido (o un gemido) que era suficiente para afirmar que se levantaría en un rato. Henry terminaba de poner la mesa y la pava empezaba a silbar; se escuchaban los ladridos alegres del perro que regresaba a casa. Henry cerró la puerta mientras reía al mirar el contento del perro.

Cuando regresó al comedor, Rodrigo le reclamó cariñosamente a Henry que olvidó sacar la mermelada, apenas abrió la heladera, el perro se acercó con intensidad mientras sacudía la cola.

- Ya te doy de comer, espérate – Exclamó Rodrigo sonriente.

Preparaba el alimento del perro y Miranda apareció entre bostezos y limpiándose los ojos. Les pidió que se sentasen mientras ella servía el té no sin antes bostezar un par de veces más.

Una vez juntos toda la familia se tomó de las manos a punto de rezar hasta que el sonido del teléfono de Rodrigo interrumpió el acto.

- Residencia Cátedra... - Dijo Rodrigo al teléfono.

- Rodri, soy el oficial Fernando... ¿Te acuerdas? –

Y con esas palabras Rodrigo recordó, no solo a la voz que escuchaba sino a los sucesos del pasado... sucesos que convirtieron a su granja en el hogar de terribles horrores y tragedias que sus ojos no tuvieron el honor de padecer.

- Es Silvio... - Contaba Fernando – Silvio Gáreca ¿Te acuerdas? Él acaba de hablar, el hospital me lo informó.

Rodrigo colgó el teléfono apenas Fernando terminó de hablar y se encaminó a su cuarto con la intención de vestirse a una velocidad como alma que lleva el diablo. Oía las preguntas cargadas de preocupación de Miranda pero él no tenía tiempo a contestar ni siquiera un "todo estará bien"; solo se concentraba en no tratar de desmallarse antes de llegar a la capital.

- Te dejo el auto, lleva al niño al colegio – dijo Rodrigo antes de salir por la puerta.

Se encaminaba a la terminal con tal de que alguien lo llevara a la capital. Su casa estaba ubicada en Yuto así que le llevaría un buen rato llegar al centro de Jujuy, sin mencionar que al llegar necesitaría un taxi que lo acercara a la clínica psiquiátrica. En la terminal siempre hay gente dispuesta a recorrer distancias específicas a cambio de una modesta cuota.

Cuando halló a uno que iba a San salvador de Jujuy rápidamente fue a él. Adentro del auto, mientras el conductor se ponía en marcha, Rodrigo llamó en su celular a Fernando explicándole que ya estaba en camino, que lo vería en la clínica y que no hiciera nada hasta que él llegase. Fueron poco más de cuarenta minutos de viaje.

Cuando arribó en la capital fue a toda prisa en búsqueda de un taxi, chocando y embistiendo a unos cuantos transeúntes en el camino. Maldita sea su suerte al llegar a la terminal cuando había pocos taxis en servicio. Se dirigió a la parada de colectivos dispuesto a arriesgarse a que uno le deje lo más cerca posible de su destino. Ya dentro de uno llamó una vez más a Fernando para decirle que le esperara unos minutos en lo que llegaba al hospital. Confió ciegamente en su memoria para las direcciones y nombres de las calles ya que no había ido al hospital desde hace ya ocho años. Ocho años después de aquella fatídica noche.

Al aproximarse a la clínica divisaba a lo lejos a un hombre corpulento, alto y con una escasa cabellera. << Fernando >> intuyó Rodrigo. Al bajarse del transporte aún quedaban dudas sobre la identidad de aquella persona que se acercaba levantando la diestra lista para ser estrechada. Fernando se presentó adivinando la inseguridad en el rostro de Rodrigo y sus palmas se juntaron en un saludo amargo que incitaba a recuerdos desagradables.

Los dos entraron en el establecimiento, Fernando se mostraba positivo y hasta extasiado por entrar al salón de visitas e "iniciar" de una vez por todas. Mientras recorrían los pasillos, Fernando decía unas cosas que al oído de Rodrigo restaban importancias ya que su mente se encontraba hundida en los recuerdos de hace seis años, en las palabras que el oficial Silvio Gáreca redactaba antes de perder la cordura por completo.

<< Se los comió, sus ojos brillaban como el fuego del infierno mientras devoraba los intestinos de... >> Vociferaba en la mente de Rodrigo una voz familiar cuyo eco fue interrumpido por el rechinido de una puerta. Al frente suyo se encontraban varias mesas, algunas ocupadas y otras no pero solo le prestó atención a una en particular, a la que estaba ocupada por un hombre alto, descuidadamente delgado y que, a pesar de su cabello preocupantemente canoso, poseía un rostro familiar.

Rodrigo estaba tan atónito al ver el estado de aquel desafortunado caballero que se quedó pasmado en la puerta. Fernando lo guio hacia la mesa tratando de ocultar su sorpresa misma sobre Silvio Gáreca. Una vez sentados Silvio los saludó a ambos esbozando una sonrisa despreocupada que a su vez presumía una rancia dentadura.

- ¿Cómo estas Silvio? Cuánto tiempo – Preguntaba Fernando.

- ¿Qué te hizo poder hablar? – Preguntó indiferente Rodrigo antes de que Silvio articulara palabra alguna. Esto provocó que Fernando le diera un golpe rápido pero suave en el brazo a Rodrigo para que posteriormente lo mirara insidiosamente.

- Tranquilos... sé que esto tal vez les sorprenda – contaba Silvio – pero lo cierto es que hace unas semanas recobré la conciencia de mi habla.

Silvio había presenciado algo terrible, un horror de proporciones inhumanas que le había arrebatado la cordura poco después de finiquitar ese asunto. El suceso que inició cuando quiso llevar a la pequeña Cátedra a su casa, el suceso que por ocho años le dejó la mente como su cabello, en blanco. Sin embargo su rehabilitación jamás disolverá lo que ocurrió aquella noche, en aquella granja.

- Mi doctor dijo que no debería intentar contactarlos antes de que él determinara que yo estaba... listo – relataba Silvio.

- ¿Crees de verdad estar listo? – preguntó Fernando.

- No... - Contestó Silvio antes de que empezara a llorar – No lo estoy, pero Rodri merece saber la verdad...

El caníbal del norteWhere stories live. Discover now