13 | Adiós, mamá.

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—¿Tienes miedo por lo que pueda decir tu hermano?

—Es mejor que te vayas, Saúl.

—¿Quieres saber por qué rompí con Sherlyn?

—No me interesa.

—Fue por ti.

—No intentes culparme.

—No es así, yo... Me he controlado durante tanto tiempo... No podía verte como algo más que mi hermanita, pero mientras más me alejaba de ti, más te pensaba...

Empezó a caminar por todo el ambiente, ofuscado.

—Es imposible estar alejado tanto tiempo de ti, Estela. Y desde que te conocí he tenido la necesidad de cuidarte.

Sacó su teléfono y me mostró centenas de fotos mías hechas un año atrás.

—Esto... No...

Recordé las veces en las que sentí que me perseguían y las veces en las que parecían intentar entrar en casa.

—Vete, Saúl, ahora.

—Tú eres para mí.

—Vete.

—Yo te gustaba. ¿Tienes idea de cómo me sentí cuando me lo confesaste? Quería devorar tus labios.

—Me estás dando miedo.

—Por eso terminé con ella —Se apropió de mis mejillas para acercarme a su rostro—. Por ti. Siempre por ti.

Entonces, me convencí de que, si él no salía, lo iba a hacer yo.

—Pero tu hermano no debe saberlo.

—No le diré nada si te vas.

—Se supone que esta es la parte del beso.

—No —me alejé—, tú ya no me gustas.

—¿Por qué?

Mi teléfono volvió a sonar con la llegada de un mensaje, y antes de que yo pudiera leerlo, me lo quitó.

—¡¿Por él?! —se indignó notando el nombre de Elián.

—Tú eres mi hermano, Saúl, ya no puedo verte como antes. Y no es por él.

—Sí, es por él.

—¡No es por él!

Tiró el teléfono a un lado y volvió a aprisionar mi barbilla para acercarme.

—¡Tú eres mía!

Recibió un golpe en la entrepierna, el cual me liberó.

—¡ESTELA! —me tomó por el cabello, aprovechando que le di la espalda—. ¡DESPIERTA! ¡ESTOY AQUÍ! ¡TÚ ME QUIERES!

—¡YO NO TE QUIERO! ¡SUÉLTAME!

—¡NO ME MIENTAS! —me acercó a sus labios queriendo besarme—. Tú me quieres.

—¡NO! ¡NO QUIERO!

Volví a liberarme y fui hasta una pequeña mesa llena de figuras de porcelana, las cuales se las tiré para evitar que se me acercara y llamar la atención de los vecinos, pero nadie venía.

Mis opciones se terminaron cuando él logró llevarme al piso.

—¡YO SOY TU HERMANA! —le comencé a gritar intentando conmoverlo, o que se arrepintiera—. ¡NO! ¡NO! ¡NO!

Durante mucho tiempo planeé lo que haría cuando me encontrara en una situación similar a esa, me sentí con la total capacidad para defenderme, pero olvidé que existiría la presencia de un enemigo muy importante:

El miedo.

—¡ESTELA! —escuché la voz de Elián detrás de la puerta.

—¡DÉJAME! ¡NO QUIERO! —pataleé alejando durante unos cuantos segundos a Saúl, permitiendo que la puerta pudiera ser abierta.

Elián entró y agarró a mi atacante por la espalda, tirándolo hacia un lado con un puñete para después acercarse a mí.

Un segundo más tarde apareció Sergio, quien luego de haber visto la escena, llegó a Saúl, empezando a golpearlo mientras le gritaba palabras que mi mente aturdida no entendió.

***

—Hermano...

—Yo no soy tu hermano. Aquí nadie es tu hermano.

Sergio dirigió los ojos a mí, esperando algún tipo de respuesta. Saúl lo imitó y empezó a hablarme.

—Estela... —suplicó—. Por favor...

Me reflejé en sus iris, viendo el mismo miedo que yo sentí. No dije nada, les di la espalda a todos y empecé a alejarme.

Mi hermano interpretó mi silencio y dio la señal para que todo el grupo de hombres empezaran a golpear a quien era su mejor amigo.

—¡NO! ¡NO! ¡NO! ¡ESTELA! —me siguió llamando, pero no estaba dispuesta a regresar—. ¡POR FAVOR! ¡ESTELA!

Caminé por las calles soleadas, llegando hasta cierto lugar cuya ubicación no había cambiado a pesar de todos los años que pasaron desde la última vez que estuve ahí, con ella.

—No sabía que habías prohibido mi visita —le dije, reteniendo mis ganas de llorar—. Yo tampoco quiero estar aquí, pero estoy yendo con una psicóloga, ella me dijo que esto... Que esto era necesario.

Permanecí en silencio al secar un par de lágrimas que cayeron por mis pómulos y sintiendo dolor en todos los golpes que los forcejeos me habían dejado.

—Me quisieron hacer daño —dije finalmente—, fue... Horrible.

Volví a limpiar mi rostro.

—Pero eso demuestra...

Mi respiración me abandonaba por momentos, impidiéndome hablar con claridad.

—Eso demuestra que te equivocaste al decir que nadie me querría, ni siquiera para... Para algo así. —La saliva iba espesándose, tanto que no podía pasar por mi garganta—. Así que, posiblemente te sientas orgullosa al saber que fui querida, o tal vez me odies más por demostrar tu error.

Me encogí de hombros de nuevo sin atreverme a mirarla.

—Él me quiso, mamá. Lástima que no haya sido de la manera correcta.

Terminé de hablar y después de varios años tuve sus ojos fríos sobre los míos, mostrando lo que siempre sintió por mí: Odio.

Pero dándome falsas esperanzas de que obtendría algún tipo de consuelo, abrió los labios y, sin misericordia, habló:

—Lárgate.

Con una de sus manos llamó al enfermero, este se acercó y tiró de la silla de ruedas para alejarla, dejándome sola otra vez.

Sobre mi hombro derecho, Hillary colocó una de sus manos.

Vi la silueta de mi madre desaparecer y, sólo así, volví a llorar.

EL FANTASMA DE HILLARYWhere stories live. Discover now