35 | Miedo.

9.9K 1K 378
                                    

Elián.

—No tengo idea de lo que es el amor, pero me habría gustado que él tenga el mío.

Mi madre jamás entendió que debía presionar el botón rojo del teléfono para terminar una llamada, en consecuencia, escuché la conversación que tuvo con una Estela que parecía querer desligarse de esa creencia a la que estaba acostumbrada.

—Necesito hablar con sus padres.

Giré hacia la enfermera que me recibió y atendió a Estela en el hospital.

—¿Pasó algo malo?

—Sí. Debo hablar con ellos.

—Lo que sucede es que ellos... Están de viaje —mentí—, tardarán en regresar.

—Entonces debo reportar esto.

—¿Reportar qué?

La mujer resopló y se posicionó frente a mí para empezar a susurrar.

—Me tomé la libertad de examinar más a fondo las causas de su desmayo —explicó, mirándome con desconfianza—. Un embarazo...

Mis pulmones se contrajeron al tiempo en el que empecé a palidecer.

—Era lo más probable, pero está descartado —continuó y no supe cómo sentirme—; sin embargo, sí encontré los restos de una droga muy peligrosa, las cantidades no son muchas, tal vez la consumió hace meses, pero ya he tenido casos así —señaló la dirección en donde Estela estaba—, y lo grave... —añadió, descartando mi suposición de que eso era lo peor—. Presenta lesiones físicas alrededor del cuello, como si alguien la hubiera querido asfixiar.

Me froté el rostro con ambas manos, sin saber qué pensar ni mucho menos qué decir.

—¿Usted no lo sabía? —me cuestionó, dudosa.

—No... Para nada.

—¿Quiere que llame a la policía?

—No. Yo me encargaré.

—Bien, le recomiendo que se la lleve de aquí, tiene las defensas bajas, puede contagiarse de algún virus en un hospital como este, pero llene esta ficha antes, coloque su huella debajo de su firma y permítame su identificación, por favor.

Hice todo lo que me pidió y una vez que terminé, llevé a Estela conmigo a mi apartamento.

La recosté sobre la cama viendo a cierta distancia las marcas en su cuello que, aunque sólo eran dos, resaltaban la fuerza con la que fue sostenida.

Y buscando respuestas para todo lo que posiblemente había pasado durante mi ausencia, recordé la conversación que tuve con Hill hace mucho tiempo:

—¿Qué harías tú para evitar que dañen a tus hermanos?

—Lo imposible.

—Muy bien. Eso hizo Estela.

—¿Y ella sabe que tú sabes lo que hizo por Sergio?

—No, pero no hace falta. Si lo supiera ya no me sería fácil ayudarla.

—¿Crees que lo vuelva a hacer?

Mi hermana alzó los hombros, y sin dejar de mirar la silueta de su amiga a lo lejos, contestó:

—Espero seguir aquí por si pasa.

Regresé a mirar la única fotografía de Hillary que tenía.

¿Estuviste ahí?

Muchas emociones se me cruzaron internamente. Estaba enojado, melancólico, y en una pequeñísima porción, cómodo, siendo contagiado por su tranquilidad, la que me daba incluso cuando no estaba quieta.

EL FANTASMA DE HILLARYWhere stories live. Discover now