Capítulo 1: Rosa neón

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El ventilador del techo gemía del esfuerzo; sus aspas rasgaban una y otra vez el aire abrasador para tratar de hacer lo imposible y aliviar el bochorno que había ido acumulándose en el interior del cuartucho tras doce horas de un incansable sol castigando la fachada.

Recién salida de la ducha de agua vaporizada, Europa se debatía entre arreglarse para ir al trabajo o volver a meterse en la cabina para limpiarse las gotas de sudor que con prisa ya emanaban de cada poro de su piel.

Sin encender la luz, se acercó a la ventana y tiró de la cuerda de la persiana veneciana para evitar las miradas indiscretas de los vecinos del edificio de enfrente. Acto seguido dejó caer la corta toalla que cubría su cuerpo y corrió el cristal de la ventana hacia un lado, dispuesta a masticar toda la polución del exterior con tal de hacer disminuir la temperatura dentro del piso. Con los dedos ahuecó dos lamas de la persiana para echar un vistazo rápido a su calle. Las luces habían vuelto a dejar de funcionar, pero las procedentes de las altas torres de la zona céntrica llegaban hasta allí y proyectaban sombras alargadas sobre las fachadas de los cochambrosos edificios del barrio de Serindia. Un par de chicos sentados en el bordillo de la acera contraria hablaban entre cuchicheos y alguna que otra risotada. Uno de ellos, vestido con una camiseta de tirantes color amarillo fosforescente, dejaba ver su brazo artificial sin ningún tipo de reparo.

Europa se mordió el labio inferior, debatiéndose entre el rechazo y la envidia. Contempló cómo el tipo gesticulaba con ímpetu y agitaba el brazo como si fuese el suyo propio. Al otro chico no parecía importarle en absoluto, y por supuesto ninguno de los dos parecía preocupado por lo que pudiesen decirles desde las ventanas que daban a la calle.

Un coche con neones azules en las ruedas avanzó por la angosta vía y se detuvo frente a ellos. Al abrir la puerta, Europa pudo escuchar el ritmo de una canción antigua, pero pegadiza. Los chicos lanzaron gritos de saludo en una jerga que ella no comprendió, subieron al coche y éste se puso en marcha de nuevo, esta vez con las ventanillas bajadas y la canción a todo volumen.

Baby bye, bye, bye tarareó Europa cuando la música apenas era un murmullo en la distancia. La inquietud que le había producido el brazo mecánico del chico se había esfumado.

El holograma de la mesilla de noche proyectaba las diez y media con unos números grandes y nítidos. Aún tenía tiempo de sobra para prepararse sin tener que correr más de la cuenta. Antes de entrar al baño de nuevo, se detuvo frente al espejo del único armario para ropa que tenía y contempló su figura. Se llevó las manos a las caderas y giró el cuerpo entero hacia la izquierda y hacia la derecha, sonriendo para sí misma al comprobar que todo se mantenía perfectamente en su sitio. Con sendas manos se bombeó la melena estilo bob para tratar de darle forma sin tener que usar el secador. Tenía tiempo, pero tampoco tanto.

—Euri, ¿estás ahí?

La voz de Sona inundó el cuarto cuando Europa se adentraba en el baño.

—Contestar —repuso en voz alta para que el teléfono activase la llamada desde su lado—. Hola Soni, me pillas a medio vestir.

—Pues asegúrate de elegir algo realmente potente. Acaba de hacer acto de presencia el pez más gordo de Electric Love con todo su séquito.

Europa entró en el baño y abrió el armario sobre el lavabo para hacerse con un pintaúñas.

—¿En serio?

—Y tan en serio, cariño. No sé qué se le habrá perdido aquí, pero ha ocupado el sitio vip y no parece que tenga intención de marcharse pronto. Tienes que hacerte con él.

La uña de su dedo anular quedó camuflada tras la primera capa de pintura rosa neón. Con la cara apenas a veinte centímetros de distancia de su mano, Europa percibió el fuerte olor a disolvente que emanaba del pincel.

Las cuatro lunas de JúpiterWhere stories live. Discover now