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Emma estaba en aquel bar, sola. Sus amigas habían cancelado su asistencia el día de su cumpleaños justo cuando ella ya había llegado, así que decidió quedarse allí a tomar una copa para que la gasolina que había desperdiciado para llegar allí, a veinte minutos de su casa, mereciera la pena.

Había pasado un rato desde que estaba allí. No sabía el tiempo exacto, pero bastante, hasta que sintió unos ojos clavados en su espalda. Unos afilados ojos azules. Al cabo de los minutos, un hombre grande que vestía una camiseta negra de manga corta donde se le marcaba cada parte de su pecho se acercó a ella.

— ¿Qué haces aquí sola? — Sintió la voz grave a sus espaldas. — Es un sitio demasiado vulgar para una dama como tú, ¿sabes?

Cuando Emma se giró, lo vio. Vio a aquel hombre azabache de ojos profundos que solo con su presencia intimidaba. Era enorme.

— Bueno — tartamudeó —. Bueno, mis amigas no han podido venir y, — tragó saliva y bajó la mirada cuando el hombre la sostuvo del mentón — y he decidido quedarme.

— Buena elección — le regaló una sonrisa con dientes —. ¿Me permites...? — Cuando Emma asintió, se sentó en el taburete de su lado.

— Tanaka Emma. Un placer — le respondió con una sonrisa.

— Zen’in Toji. Créame, Emma, que el placer es mío. — Le posó un mechón de pelo por detrás de la oreja. Palmeó la barra, aún mirando a la chica, para pedir. — Cuatro vasos de Sake. Tamaño chupito, por favor —.

Toji sabía que se estaba ganando a la chica. Lo sabía por la forma en la que lo miraba embelesada. Odiaba tener que pedir las cosas por favor, odiaba tener que parecer tan blando, pero debía hacerlo. Llevaba dos semanas sin estar con alguna chica y era doloroso para él. Necesitaba desquitarse.

— ¿Sake?

— ¿Algún problema? Puedo cambiarlo si quieres.

— No, no. Está bien. Solo que nunca lo he probado antes.

— Siempre hay una primera vez, ¿no? — Posó su gran mano en el muslo de la chica. El tacto era cálido pero áspero, sus dedos tenían pequeños cayos en las yemas. Los dos sabían que ese comentario iba con doble intención.

Cuando les trajeron los vasos, Emma ya sentía como le cosquilleaba la parte baja del estómago. Para qué mentir, era un hombre muy apuesto y, si le preguntas, te dirá que el más sexi que haya visto.

— Y, dime, ¿trabajas? — preguntó, con una sonrisa encantadora.

— No, aún estoy en la universidad. Tengo un pequeño piso que está cerca —. Sentía la sangre subir a sus mejillas. — ¿Y tú?

— Trabajo. Soy abogado, igual que mi padre —. Mintió. Obviamente no le podía decir que era un chamán. — Y, disculpa el atrevimiento, ¿pero puedo saber tu edad, preciosa?

— Veinte. Hoy es mi cumpleaños, pero mis amigas no han podido venir. — escondió la mirada.

— Oh, pobrecita. — Se levantó del taburete y se acercó a ella, dejando una distancia ridículamente corta entre ambos. Sus narices chocaban y podían distinguir cada tonalidad del color de ojos del otro. — Así que tus amigas te han dejado plantada, ¿eh? — Acarició su muslo, peligrosamente cerca de su intimidad, subiendo lentamente y casi imperceptible su vestido. — Si quieres, yo puedo ayudar en eso — le susurró.

— ¿Cómo? Si es que puedo saberlo —. Subió su mirada y la fijó en sus ojos. Ese azul oscuro como las profundidades del océano. Ese hombre solo estaba rozando su muslo y ya la había mojado.

insatiable, toji fushiguroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora