AVANCE DE MI NOVELA

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Nunca más verían la luz, nunca regresaría la oportunidad de conocer el significado real de la dignidad. Así fue durante los años de la guerra. Pero todo cambiaría muy pronto, cuando una esclava emergiera hacia la luz de un nuevo día desde las catacumbas donde los recluían. Entonces, saldría de la oscuridad impenetrable de la ignorancia, y no sólo vería la luz del sol, sino también la luz de la libertad.

Aquellas pequeñas motas de luz eran las que se colaban por las grietas del enorme pozo de roca, sobre la cabeza de Aleya Denerea. Hacía seis años que no conocía el sol, que había sido arrastrada a ese lugar de pesadilla, seis años que le dolían en el alma como plomo en sus entrañas.

Su historia era la de cualquier esclava en aquel entonces, una prisionera de las guerras Calimbi, llamadas así en honor al general que la capturó y la arrastró a ella hacia allí. Se trataba de las guerras por las conquistas del reino Zime con su reino, Mathed. Ella estaba recluida en el reino enemigo desde hace tiempo, mejor dicho, en sus profundidades.

—Mujer treinta y cuatro.

Aquella era su numeración cuando pasaban lista entre los esclavos, pero en ella en secreto conservaba su nombre de nacimiento.

Alzó la vista hacia la larga fila de esclavos que esperaban para ser marcados. La marca de la esclavitud estaba en el cuello de todos ellos, se trataba de una retorcida espiral un tanto desigual. Era una forma de hacerles recordar su condición social y nefasto destino con tan solo mirar la piel de sus compañeros. El mundo de las Catacumbas no estaba hecho para Aleya, porque ella estaba hecha para otro mundo, un mundo que aún estaba lejos de alcanzar el esplendor de la justicia.

Llegó su turno, por fortuna el herrero la conocía y fue benévolo con ella, en vez de calentar al fuego la herradura con la forma de espiral, lo enfrió hasta el extremo, de modo que sería menos doloroso que con las llamas.

Aleya lo agradeció, pero la mordida del gélido metal la marcaría para siempre de igual manera. Mientras el herrero sumergía la herradura en una cubeta con un líquido refrigerante, se dirigió a ella, con vehemencia.

—Eres muy joven para estar aquí, te compadezco.

Aleya parpadeó, pero miró al frente, hacia la fila interminable de esclavos de todas las edades, colores de piel, color de ojos, complexión etc, lo único que tenían un común entre tanta diversidad era que todos eran humanos. No había criaturas fantásticas. Parecía que aquella cola se prolongaba hacia el infinito, y eso hizo que se estremeciera aún más.

—No me compadezcas, mejor compadece a los niños que van a ser quemados con el fuego.

El herrero volteó para verla, frunciendo el ceño, aunque con una leve sonrisa. La chica era muy atractiva, en parte por el lenguaje corporal y su postura firme, que denotaba una seguridad y autoestima inusual en los esclavos. De nuevo, se giró hacia la cubeta, donde la herradura ya estaba astillada por pequeños témpanos de hielo.

—No es mi trabajo, me limito a marcar a los esclavos igual que me marcaron a mí. Es una lástima, pero así funcionan las cosas.

Aleya lo detestaba, odiaba que las personas dieran por hecho que no había forma de cambiar su situación, ella llevaba muchos años planeando escaparse de allí. El día se acercaba cada vez más. Sin embargo, había tenido que pasar mucho tiempo entre tinieblas antes de poder encontrar a alguien para colaborar así. El herrero fue rápido, presionó la herradura en el cuello, cuando la retiró dejó la marca con la espiral retorcida en su piel, como un burdo tatuaje. Después Aleya se levantó y el herrero llamó al siguiente de la fila. Quería marcharse cuanto antes de allí para ocultar su evidente frustración.

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