Capítulo 3

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«Despierta, despierta, despierta.»

Las mismas imágenes se repetían una y otra vez; la noche de su huída, el cántico de los pájaros, el bosque del revés y... una imagen nueva: los hermanos Iorwerth. Viviana se retorció en su lecho, todavía con los ojos cerrados dormitaba, pero se aferraba a las sábanas con el pavor digno de una persona despierta.

Un terrible alarido resonó como eco, retumbando en las paredes de su imaginación. El rostro del joven en el lago, sollozante y aterrorizado se deformó y desapareció. ¿Eran estas visiones? ¿O una tortura por parte de su consciencia sin descansar? Comenzaba a sudar frío, intentó atajarse de algo, lo que sea, lo que fuese que pudiera darle un sentido de estabilidad.

—¡Viviana! Despierta, es solo un sueño. Despierta, vamos.

La voz de Ciara la atrajo a la luz, expandiendo sus pulmones tras incorporarse de sopetón.

—¿Qué hora es? —preguntó desconcertada.

Su melliza se levantó a prisa para correr las cortinas. En Evigheden, el tiempo no transcurría de la misma manera que en el mundo humano; allí, los días eran más extensos y las noches más oscuras. Su padre les enseñó a medir el tiempo observando el cambio de las estrellas, que no se ocultaban ni siquiera bajo la luz del sol.

—Las clases dan inicio dentro de dos cambios de luz. —dijo, sin volverse—. Ayer estuviste mucho tiempo en el lago, ¿sucedió algo?

Hubo un largo silencio en lugar de una respuesta. Viviana se pasó los dedos entre sus hebras, echándose largos mechones de cabello hacia atrás.

—Así que no fue un simple sueño... —soltó para sí misma.

—¿Qué dices? ¿Entonces ocurrió algo?

Ignorando su pregunta, la joven se levantó de inmediato, acercándose al armario. Sacaba entre vestidos y ropa sucia lo que parecía estar buscando, con la intención de evitar responder. Ciara bufó y se aproximó, empujando un conjunto contra su pecho.

—La señorita Sylvia ha preparado nuestra ropa y la comida. Así que dime, ¿qué ocurrió en el lago?

Bastó con una mirada a la camisa y los pantalones para deducir que no serían de su agrado. La señorita Sylvia era una anciana hechicera de los altos montes, cuidaba de ellas cuando su madre estaba ocupada en el mundo humano y su padre demasiado absorto en el trabajo.

—Conocí a un chico. Bueno, no fue solo uno. ¿Puedo contarte en el camino? Deja que me aliste, no querrás que lleguemos tarde.
Aunque el rostro de Ciara estaba dibujado con sorpresa, sopesó la creciente necesidad de preguntar todo y cuanto se cuestionaba y, derrotada, salió de su habitación tras dar un portazo. Viviana no era la mejor mintiendo, y si iba a alterar la versión de sus hechos para evitar que le prohibieran volver al lago, necesitaba más tiempo para ingeniárselas.

Mientras tejía una historia que sonara creíble, optó por vestir unos pantalones y una camisa ceñida al cuerpo, complementados con un corsé que resaltaba su figura. Los detalles eran sencillos, y eligió unas botas altas que, aunque ofrecían flexibilidad para movimientos bruscos, carecían de adornos llamativos. Como toque final, llevaba la insignia de su Academia, similar al símbolo del sol, colocada en su hombro izquierdo.

Al acabar, Viviana salió por la terraza e ignorante a la altura de una segunda planta, atajó con su mano uno de los árboles próximos. Con un impulso vertiginoso, saltó hasta sentir sus pies firmes en una de las gruesas ramas, apoyándose en sus manos para continuar su descenso. Aunque perdería el desayuno, estaba dispuesta a hacer ese sacrificio con tal de lograr su escape.

Lo único que podía elogiar de la señorita Sylvia eran sus tortitas de miel.

Finalmente, de un último y estridente salto, acabó con ambos pies en el césped. Se ahorraría pensar en lo que su artimaña le costaría por el resto del día.

La promesa entre estrellasOù les histoires vivent. Découvrez maintenant