Capítulo 4

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Las aulas se llenaron y los profesores intentaron tomar las riendas del despropósito que se había formado en cuestión de segundos. Una mujer robusta de piel verdosa y cabello níveo se postró en el umbral, de brazos cruzados y semblante solemne. Las criaturas en Evigheden podían ser arrebatadoramente hermosas, así como terriblemente tenebrosas. Muchas portaban aspecto humano, otras no tan bendecidas, nacían con rasgos de animales o criaturas fantasiosas.

Y aunque podían modificar su apariencia, ninguno tenía la energía suficiente como para gastarla vistiéndose en disfraces que distaban de su original procedencia. Viviana se acostumbró, muy deprisa, a ver a niños con cuernos de cabra o branquias en lugar de narices.

—Silencio chicos, silencio. Empezaremos la clase, sentaos. —Palmeó las manos para llamar la atención—. Abrid vuestros libros, empezaremos hablando de la historia de nuestra Academia para introducirla a nuestros nuevos miembros.

Los largos suspiros se hicieron oír, logrando que las risas se formaran justo después. La profesora se cruzó de brazos y, aunque su expresión parecía nunca cambiar, terminó por sonreír del mismo modo.

—Profesora Calliope, ¿por qué no hablamos del príncipe? —exigió una alumna, alzando su brazo.

Viviana se acomodó en su asiento, buscando con la mirada al único rostro conocido sin éxito. Warren había prometido regresar cuando se unió al grupo de personas en la entrada que difundían las noticias sobre la esperada prueba y la Academia invitada. Ella no se quedó para esperar, ahora pensaba que quizás debió hacerlo. ¿En qué clase habrá quedado Ciara?

—El príncipe también forma parte de nuestra historia. Como ya sabéis, hace quinientos años atrás, hubo un hechicero tan poderoso que la tierra se movía en base a sus deseos. Si lloraba, la tierra agonizaba, si se alegraba, los días más radiantes se mostraban. —Alzó sus manos, creando con un hechizo una niebla que empezó a formarse por toda la extensión de la clase—. Era la época más oscura, los dragones no obedecían a sus jinetes, la magia no tenía el mismo efecto que ahora. El príncipe cambió las leyes que creíamos conocer.

De la niebla empezaron a formarse figuras de caballos galopando, seguían a una solitaria figura con corona.

—¿Por qué nunca se le denominó como rey? —cuestionó un alumno.

—Porque los escritos dicen que el príncipe era un chico joven. En la antigüedad, solo los hombres que alcanzaban la adultez podrían coronarse como reyes. —Movió sus dedos y la niebla la siguió—. Pero él nunca estuvo interesado en títulos como aquellos. El príncipe de nuestra historia prometió cambiar el mundo, juró montar al dragón que nadie jamás había visto antes. El dragón áureo.

Viviana recordó una historia similar. El príncipe de las historias había derramado sus lágrimas para crear la Academia Noctus, y su felicidad para hacer a Solaris. Siempre dedujó que se trataba de un juego de palabras para explicar que el príncipe creó el día y la noche, aunque aquello también sonaba como una leyenda fabulosa.

—¿Y lo hizo? —preguntó un tercero—. ¿Lo montó?

Calliope deshizo el hechizo y las figuras desaparecieron en su totalidad.

—Cada dragón otorga algo para su jinete. Si el dragón cerúleo te elige, respirarás bajo el mar y tu plazo de vida se ampliará con una resistencia mejorada. Si es el dragón ámbar, será visión nocturna, además de sanar heridas rápidamente. Pero, ¿qué podría aportar el dragón áureo? Nadie lo sabe. El único que lo montó fue el príncipe, y después de eso, más nunca se vio.

—¿Desapareció? —cuestionó la alumna a su lado.

—Algunos dicen que el príncipe decidió escaparse, otros que su dragón le abandonó. Lo más importante de su historia es que trajo paz en terribles guerras. Los dragones cedieron y volvieron a obedecer, las Academias se crearon para tener un orden en su nombre.

La promesa entre estrellasWhere stories live. Discover now