Prólogo: los sentimientos son más frágiles que los huesos.

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—Vamos —lo animó—, todo saldrá bien, llevamos tiempo planeando esto, el margen de error es mínimo —el joven asintió y entro a la librería más importante de Canadá fingiendo ser un extranjero, que le quedaba fantástico ya que sabía cuatro idiomas distintos y no lucía como un canadiense.
Se acercó a la bibliotecaria con mucha seguridad como le había dicho su amiga que hiciera, y comenzó a hablar con asentó inglés pronunciado, intentando coquetear con la bibliotecaria para así distraerla, cosa que pasó después de unos segundos: la joven encargada se encontraba atenta a los ojos verdes de Joseph. Mientras, su amiga ya había entrado en la librería, ella también iba con disfraz: una larga peluca rubia cubría su cabello marrón, unas gafas grandes escondían sus ojos y lo demás se consideraría una vestimenta normal; paso entre los estantes que tan bien había memorizado hasta que llegó a la puerta de empleados, se encontraba media abierta así que con cuidado se asomó y al asegurarse de que nadie estuviere en el interior, ella se escabulló sin mover un centímetro de la puerta; después de inspeccionar unos segundos la aburrida sala donde solo había casilleros, una computadora y un escritorio se acercó a la pared donde había un corcho de actividades, ahí estaban las llaves, dos juegos de llaves colgando en una tachuela; con mínimo cuidado las agarro provocando casi ningún sonido y salió del cuarto de empleados suspirando con fuerza. El trabajo estaba echo.
Después de esquivar personas llego donde se encontraba Joseph para poder salir del establecimiento.
—Cariño —le jalo del brazo—, ¿la señorita te pudo indicar como ir a las cataratas? —él asintió.
—Sí, ya me ha dado las indicaciones y este mapa —le mostró un papel doblado de colores.
—Estupendo, gracias por la ayuda —dijo a la bibliotecaria y salieron del establecimiento.
Joseph iba intentando nivelar su respiración con grandes inhalaciones mientras su compañera lo jalaba para que caminara más rápido y llegarán al auto lo antes posible, que sucedió después de unos minutos de correr.
—¿Qué tal fue todo? —preguntó Edward, su hacker, arrancando a toda velocidad.
Danielle tintineo las llaves en el aire.
—Estupendo, nuestro Joe se hiperventilo —le pasó una bolsa a su cómplice—, pero todo bien, ni si quiera nos notaron.
—No entiendo como lo haces ver tan fácil —el muchacho siguió respirando en la bolsa—, me estaba muriendo de nervios y, dios santo, no sé cómo voy a sobrevivir esta noche.
—Todo saldrá bien, tengo todo bajo control —aseguró Edward—, he revisado su sistema por todos lados y mientras no cometan errores esos documentos serán suyos.
—Ya son nuestros —Danielle sonrió complacida.


Entró por la ventana sigilosamente, sus zapatos apenas hacían ruido sobre el suelo y el viento le alborotaba los mechones sueltos del cabello; se asomó por donde había entrado viendo que su compañero tenía problemas para subir, lo apuro con la mirada y después de un gran esfuerzo llego a la ventana entrando con gran alboroto haciendo que la chica lo viera con severidad.
—Deja de hacer escándalo —susurro— e intenta no romper nada.
Su acompañante que llevaba el rostro tapado asintió, la joven se movió con sigilo entre los estantes hasta que llegó a la puerta que marcaba área restringida recordando sus infinitos intentos en abrir esa puerta sin ser descubierta, la vez que la habían vetado para siempre de la librería y ahora ahí estaba con las manos temblorosas sosteniendo las llaves que había robado horas atrás, dio un paso adelante y encajo la llave en la cerradura, la giro provocando que la puerta se abriera dejando ver la amplia habitación donde se encontraban los libros restringidos, solo los podías sacar de la biblioteca teniendo un permiso por parte de gobierno o alguna organización secreta; la chica había visto esa misma sala tantas veces como para memorizar dónde se encontraba lo que estaba buscando y tal vez quedaría un poco vacío el lugar pero no dejaría evidencia.
Dio unos pasos hacia los libreros y abrió la mochila para comenzar a introducir los libros, cosas acerca de la verdadera historia de Canadá, viajes, descubrimientos, y demás. Joseph ya estaba entrando en la habitación y comenzó a imitar las acciones de su compañera.
—Ey —susurro—, secretos del gobierno de 1873 —Danielle volteo con pánico, pero era muy tarde ya había despegado el libro de la pared y la alarma comenzaba a sonar por todo el lugar.
—Idiota —espetó la muchacha antes de cubrirse la cara y tirar sobre la mochila otros tres libros más. Su acompañante estaba congelado—. Vamos, guarda eso. Tenemos que salir de aquí antes de que se plague de policías.
Salió disparada del área restringida, las luces estaban encendidas pero las cámaras no tenían movimiento aún. El walkie-talkie que llevaba en un cinturón comenzó a emitir sonidos.
—Te dije que le dijeras —espetó la voz de Edward—. Salgan por donde entraron, la enredadera sigue ahí, pero por el amor de Zeus ve más rápido esta vez Joseph.
—Ya escuchaste —corrieron a la ventana por la que habían subido—, tú primero.
Joseph abrió la boca pero las patrullas se comenzaban a escuchar a lo lejos, así que cambio de opinión y salió por la ventana bajando con sumo cuidado; por otro lado la chica salió apoyándose en la barda del edificio donde cerró la ventana y comenzó a descender, tenía el corazón acelerado las patrullas se escuchaban cada vez más cerca y Joseph baja muy lento. Podía escuchar los pasos de los policías acercándose al establecimiento, y todavía faltaban unos quince metros para llegar abajo, estaban a un costado del edificio así que los verían de inmediato.
—Si no te apuras te juro que te voy a tirar, Dufour —el chico la miro con sudor en el rostro, las manos le temblaban demasiado y sentía que el corazón se le saldría en cualquier momento del pecho.
Danielle lo miró impaciente y calculando la distancia al suelo y las posibilidades que tenía de herirse, en un acto de locura decidió lanzarse al suelo, si lograba tomar una enredadera en el último momento todo iría bien, y si no un arbusto podría acolchonar su caída, después de medio minuto de pensamiento se lanzó, sentía la adrenalina corriendo por sus venas y el aire pegando en su cuello, el suelo se veía más cerca cada momento y un momento antes de impactar agarro una enredadera quedes pues de hacer fricción en sus manos se partió, la joven miro con desesperación a todos lados pero entes de pensar en nada se impactó en el suelo, todo su peso cayó en la pierna izquierda y sintió como esta se quebraba... Probablemente sería el peroné o la tibia, sintió el dolor paralizando su cuerpo, las lágrimas le querían brotar de los ojos provocando que parpadear rápidamente para evitar esto, el hueso no sobresalía lo cual era buena señal pero sentía un dolor insoportable y por un instante olvido donde estaba y lo que estaban haciendo.
Cinco segundos después de ver una sombra cayendo al lado de él se dio cuenta de lo que pasaba y comenzó a bajar con rapidez y decisión, cuando llegó hasta abajo se encontró con su amiga tirada en el suelo con los ojos llenos de lágrimas.
—No hay tiempo —chillo, ya se podía ver a los policías corriendo a la biblioteca—, vamos cárgame —le apuro ella, Joe la veía confuso—. Dios, no seas idiota me acabo de romper la pierna así que me cargas al auto y corres tan rápido como puedas si no quieres ir a prisión.
Joseph como pudo la cargo y corrió tan rápido como le fue posible.
—Estoy segura que están revisando los perímetros del bosque —su rostro estaba pálido y tenía lágrimas en las mejillas, le saco el walkie-talkie del cinturón a Joseph y lo encendió—. Ed, acabo de romperme la pierna qué sugieres que haga —soltó el botón.
—Oh por Zeus —exclamó el chico—, tienen casi rodeado el bosque, pueden salir por la entrada en construcción ya voy hacia haya en el auto. Joseph está hacia tu oeste y corre muy rápido por favor.
El joven salió disparado, preocupado por Danielle que cada vez perdía más el color hasta quedar como el papel, cuando llegaron a la entrada en construcción pudo ver el auto plateado esperando, la chica en sus brazos estaba a punto de desmayarse cuando llegó al carro, con demasiado cuidado la metió en el asiento de atrás.
—Si no me llevan al hospital ahora mismo par de idiotas lo van a lamentar muchísimo —y después de esto, perdió toda su fuerza de voluntad y dejó que su cuerpo se fuera a donde quisiera.

Cristal Where stories live. Discover now