Cadáver exquisito

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En la funeraria del diminuto pueblo tras la colina de arena todo era siempre igual, cadáveres y restos demasiado vividos. Todo pútrido, ajado y viejo llenando todo aquel pequeño universo. Los cuerpos se mecían delante de él llenos de arrugas, imperfección y desencanto. Nada le resultaba tan repugnante como la decrepitud. Sucedió una noche que un accidente se llevó a una joven extranjera. Ante la sorpresa de tan primoroso cadáver, no pudo hacer otra cosa que contemplarla durante horas aprendiéndose cada célula muerta. En la soledad dibujaba en su cerebro los movimientos de aquel cuerpo vivo. La arregló, la vistió mientras pensaba en cómo sería el tacto de esa piel viva. Vio sus labios y la besó. La bella durmiente no despertó. Pasaron un par de días, nadie la reclamó. El decidió acompañarla y dejar para la posteridad la hermosura de sus cadáveres exquisitos.

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