Parte 1 La decisión de Uthnarr

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Escuchó a las protestas en su salón con una jaqueca que era similar a cuando le golpearon la cabeza con un martillo del tamaño de una sandía en los días de su niñez. Habría perdido media cara si en ese día no hubiera usurpado el yelmo a su hermano.

Pero era muy tarde ya. Uthnarr había cambiado su pelo de un vivo castaño claro y lleno de juventud a un blanco ceniza. Sus huesos se volvían más débiles y los músculos más endebles en cada caída de sol. Las rodillas le perturbaban el sueño cuando hubo hecho demasiado trabajo para su bien, junto con lo que parecía una flecha enterrada en su espalda, donde la pelvis conoce la espina dorsal.

-¡Nosotros somos gente de pesca mi señor, no estamos hechos para pelear!- un pueblerino avejentado decía al borde de un ataque al corazón.

-Pelearemos todos juntos. Armaremos a cada mujer y niña en estas orillas para darles batalla si es necesario- dijo tajante, el fiero capitán de armas Marwex. También con sus años en cima, pero con una mirada tenaz y siempre dispuesta a pelear que hacía temblar a cualquiera- Recibimos órdenes, no hay otra opción mi señor-

Uthnarr estaba recostado en su trono hecho de mármol y tocaba su entrecejo con dos dedos para amainar el dolor latente en su cabeza. "Se ha vuelto más fuerte estos días... ¿Cómo demonios logra hacerse más fuerte?".

A pesar de ser un hombre alto y fornido, una bendición de los dioses, fue propenso a lo largo de su vida a problemas internos, pero de los cuales había sabido curarse de casi todos ellos. Los únicos problemas que le molestaban hasta estos días era un dolor en el pie derecho, producto de su última lucha de torneo hace quince años cuando lo hicieron caer sobre su propio peso torciéndole el pie hacia afuera. Y el otro era el más antiguo y hasta un viejo amigo, Uthnarr podría admitir, que eran sus dolores crónicos de cabeza.

Había probado bebiendo agua de mar, comió algas, los caracoles que se hallan en las orillas pedregosas del Elyknaes, ofrendas a los dioses y cuando los dioses le ignoraron probó finalmente con sacrificios de animales, pero tampoco le escucharon. Trató de ofrecerles entonces una vida humana, a quien mató con sus propias manos para mostrarles su valentía pero sólo hubo silencio. Finalmente optó por navegar por trece días en el mar él sólo, en una canoa, acompañado de su caña para las presas que comería y suficiente agua y vino. Al volver a tierra de su pesquisa fallida decidió encomendarse al ayuno por trece días. Y cuando eso también no funcionó decidió tajante, y ante la negativa de sus hijos y consejeros, navegar por trece días en ayuna.

Cuando earl Uthnarr recuerda esa historia se llama así mismo "¡Tonto!". Pues no importase lo que hiciera nada calmaría su jaqueca. Las lenguas del pueblo pronto oirían de la aflicción de su señor, y rápidamente se correrían rumores entre ellos; puesto que era sospechoso que su "enfermedad" surja tiempo después de la muerte de su hermano mayor Utheld. Su padecimiento se transformó en maldición de los dioses, y con cada año nuevo que venía Uthnarr les daba un poco más la razón.

Cuando el dolor le permitió pensar claramente para discernir sus pensamientos finalmente pudo hablar.

-¿De cuántos soldados armados disponemos?- le preguntó a su capitán de armas. El salón era uno modesto, sin lujos que disponer, solamente madera y fuego junto a la chimenea. Estaba repleto de gente, tanto guerreros como marineros.

-Disponemos de quinientos, mi señor. Pero en cuanto a soldados...- Marwex insinuó que todavía podía hablar si su earl preguntaba.

-¿Y cuántos de esos tenemos?- preguntó.

-Poco más de Doscientos-

Un silencio inundó el salón y el aire húmedo y salado se hizo más presente que nunca.

-¡Los Lobos de Hielo quieren que peleemos contra los invasores pero no nos ayudan, están escondidos en sus castillos fortificados!- dijo Filb, quien tenía sus manos curtidas y secas por vivir del mar.

Pronto más voces se le sumaron como olas de tormenta que amenazan las orillas, y hubieran arrasado con todo si Uthnarr no hubiera levantado la mano en un movimiento brusco, apretando su puño en el aire.

De pronto las olas fueron retrocediendo a donde vinieron.

-Puedo recordarte Filb que aunque estemos más cerca del Pueblo Negro de Harold aquí se sigue respetando la justicia del Clan Lobo, y de los Caballos de Karadarh por más lejos que estén sus castillos- su voz fue tan ominosa que se oyó claramente en todo el salón y nadie se atrevió a interrumpir su música.

-Ahora yo decidiré que hacer sobre este asunto. Váyanse- bajó su puño y les hizo un ademán hacia la puerta.

La furia de su señor no era algo para tomarse a la ligera, por lo que obedecieron enseguida ante siquiera despertar la posibilidad. Los tablones de madera se vieron sacudidos de sus cimientos al retirarse el gran caudal de personas que se habían hecho presentes. Reflexionó si su generosidad no estaba siendo abusada al tener sus puertas abiertas a cualquiera, y resolvió que los problemas se resuelven mejor con el hacha. La doble puerta abierta dejaba ver una hilera de casas de madera en bajada por una pendiente en dirección a la playa, luego el muelle de Beok, y más allá el mar azulado del Elyknaes que dominaba el paisaje hasta donde el cielo conocía el horizonte y el intenso olor a agua salada perfumó todo su salón.

Marwex se acercó hasta el trono.

-¿Qué ordenes debo dar, mi señor?-

Uthnarr quedó dubitativo, sentado en el respaldo. Odiaba esa silla gigante, la hubiera quemado hace tiempo de no ser a que tenía un punto débil por la nostalgia y la memoria.

-Filb habla con insolencia pero también con verdad- prosiguió reflexivo- los espías de los Lobos de Hielo nos dicen que una hueste se acerca hasta nuestro puerto por mar, pero no podremos contenerlos...-

-No, no podremos- admitió Marwex.

-... a no ser de que busquemos la ayuda de otros earls cercanos- admitió Uthnarr muy a su pesar.

-Pues entonces nuestra muerte será asegurada. Tendremos más suerte en invadir al Pueblo Negro en su propio archipiélago que en negociar con los egos de los earls- Marwex dijo casi irónicamente, si tenía un lugar para los chistes- y usted tiene el señorío de Eldareth, ¿Cuántos codician el lugar en el que se sienta ahora mismo?-

-Estoy bien enterado de las pretensiones de los condados vecinos. Y ellos están bien advertidos de que es lo que pasa cuando me desafían. Creo que no intentarán en hacerme daño si son convocados-

-¿Entonces a quién debo llamar para que le saque los ojos, mi señor?-

-Por meses he recibido mensajes de los condados linderos para casar a mi hijo e hija, creo que ya es tiempo de responderles.-

-¿Lo harán, luego de que te negaras e insultaras a sus ancestros?-

-Envía un emisario a earl Bakkenn y a earl Manbjorn, diles que Uthnarr Gerlathsson está dispuesto a hacer un acuerdo. Y diles que el primero en llegar hasta Eldareth tendrá la mano de mis hijos-

-¿Y sus hijos que pensarán de esto?- Marwex preguntó.

Uthnarr no quería deducirlo.

La tormenta que se avecinaWhere stories live. Discover now