Parte 3 La tragedia de Uthnarr

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Cada día que pasaba dejaba cierto sabor amargo en la lengua de Uthnarr. La presencia de Bakken en su propio territorio le resultaba asquerosa e irritante. Aún más al comprender que Bakken sabía que quería hacer una alianza con Manbjorn y dejar a su Casa sin amigos, o al menos que estuvieran cercanos. La Casa de Karadahr podrían ser reyes de Vastervalinar, pero el poder inmediato en las lejanas orillas del Elyknaes era cosa aparte, y su mirada no llegaba a las playas muy seguido... más bien últimamente pareciera que estuvieran ciegos.

Y el odio hacía Bakken crecía dentro de su pecho como un incendio en los bosques. Había notado en sus ojos azules brillantes, que allí nadaba cierta locura encerrada dentro de su cabeza... y eso llegó a asustarle también; al recordarle de la misma locura que se apoderó de su hermano Utheld. Y también de la única forma de detenerlo.

"Son los mismos ojos que los de mis hermano", pensaba Uthnarr sentado al lado de su ventana con el viento salado proveniente del mar besándole el rostro en lo alto de la torre. Cuando vivía Utheld tenía los ojos azules, como los de Bakken, y siempre le llamó la atención que tanto su padre como él tuvieran ojos grises; ni siquiera por parte de su madre compartían color de ojos, los de ella eran verdes. "Sabía que algún día vería a ver tus ojos otra vez, Uhteld. Y que los haya visto ahora me hace pensar que no es un accidente".

Con la estadía de Bakken los recuerdos que le torturaban en sus sueños se hicieron más frecuentes en la noche. Hubiera deseado que fueran pesadillas, pero había pasado en verdad. Cuando su padre murió no había mucho que separe la enemistad que Utheld tenía para con Uthnarr; y que sea el primogénito, heredero a gobernar lo ponía en una posición más privilegiada.

"Fuiste tú quien conspiró para matar a mi padre hermanito, y cuando él no esté para defenderte..." En los años que crecieron juntos Uthnarr había observado la locura de su hermano, siempre lo ponía a la defensiva y paranoico, pensando que su vida estaba en peligro, viendo enemigos que querían clavarle el puñal mientras dormía. Lo único que lo mantenía a raya era su padre; y cuando la fiebre lo llevó a la edad de setenta años su locura creció sin límites.

Fue en la boda secreta que realizó Uthnarr a la orilla del mar, arreglada por su padre en sus últimos meses de vida. Había llegado sin invitación y ebrio de sed de sangre, empuñando la espada que le había pertenecido a su padre en vida. A pesar de ser el hermano menor, superaba a Utheld en fuerza por gran margen. Había heredado la contextura fornida de sus ancestros, fieros hombres de mar. Contrario a su hermano, al que la locura le había succionado la vitalidad que podría llevar en sus venas, convirtiéndolo en apenas igual de fuerte que un hombre común, con grandes bolsas pesadas de insomnio.

En sus recuerdos le había desarmado con facilidad, lo que se le hacía borroso era como lo arrastró hasta dentro del mar. Allí, sosteniéndole la cabeza bajo las aguas turbulentas, con grandes vientos helados y a pesar de que las olas golpeaban contra él mantenía los brazos con una firmeza brutal.

"Muere malnacido. De una vez por todas", recordaba que le dijo, con los gritos desconsolados de su esposa desde la playa.

Finalmente cuando la noticia de la muerte de Utheld inexorablemente salió a la luz muchas voces en el pueblo hablaban de ello con gran temor por su nuevo señor. Si hubiera sido cualquier otro desquiciado a nadie le importaría, pero en este caso el asesinato fue entre hermanos, unidos por sangre; y de eso las lenguas no escatimaban en remarcar.

Y la pesadilla siguió una vez que despertó, como sus pesadillas solían comportarse. Su comandante, Marwex, le sacudió en la cama. En su rostro había una expresión de piedra, con líneas de sudor cayéndole por sus rasgos.

-Debe venir de inmediato, mi señor-aseguró.

Al comprender las noticias, el velo onírico tomó un paso atrás y se dirigió hacia la enfermería. Lerith mantenía una mirada baja y los labios temblantes por la tristeza, junto al cuerpo inmóvil de Lorien, quien estaba recostado en una cama con el enfermero inspeccionándole los ojos. Uthnarr podía ver cómo le recorría sangre en la parte de la nuca.

-¿En nombre de los dioses que le ha pasado a mi hijo?- demandó con ira.

-Estaba cabalgando como lo hace siempre padre- contestó Lerith entre lágrimas- cuando decidió montar a un caballo desquiciado este lo tiró de su montura y lo pisoteó. Luego no se puso de pie y supe que algo terrible le había pasado-

-Tiene varios huesos partidos o fuera de lugar, mi señor- agregó el viejo sanador- he acomodado todos los huesos que pude pero la herida más grave parece estar en la parte de la nuca. Se puede ver claramente como sobresale una protuberancia desde allí-dio vuelta la cabeza y comenzó a palpar el hueso salido- Mi opinión es que eso causó que su hijo no responda a estímulos.

-Hable claro- Uthnarr le aseveró, clavándole sus ojos como puñales.

El viejo le indicó que se acercara y Uthnarr lo hizo, pero con gran sopesar al distinguir que su hijo no se distanciaba demasiado de un cadáver. El enfermero le abrió los párpados, estos estaban inyectados de sangre alrededor de su iris. Al abrirlos quedaron inertes, sin vida. Uthnarr pasó su mano sobre su suave cabello castaño, pero nada parecía captar su atención. Miraba a un punto fijo en la nada.

-Entonces que espera para poner su hueso en su lugar- dijo con impotencia- ¿para qué molestarme en escucharlo siquiera?-

-Lorien tiene una fractura irreversible mi señor- procedió a explicar con una voz tambaleante- aunque ponga al hueso en su lugar el daño no disminuirá... o peor... lo agravará-

El fuego de la rabia le llenó todo el pecho. En menos de un segundo Uthnarr tomó al sanador de sus ropajes con sus brazos, fuertes como siempre.

-Me estás diciendo que no puedes hacer nada por mi hijo- fue una afirmación más que una pregunta.

-Padre por favor- Lerith suplicó. Posó una de sus manos suaves en su piel curtida y seca, e hizo congelar su ira. Abrió las manos lentamente para soltar al enfermero y este retrocedió con una mirada de terror, como cuando un niño problemático se mete con otro el doble de loco.

Se acercó hasta el cuerpo de Lorien, arrastrando cada paso, apartó los mechones de cabello de la frente y lo besó. Notó que su piel empezaba a enfriarse.

-Sólo una cosa se me viene a la mente...- dijo el enfermero.

Uthnarr lo miró dispuesto a oírlo sin amenazar con romperle el cráneo.

-...la muerte no le escapará, earl Uthnarr. Tarde o temprano... los dioses reclamarán su cuerpo.

-Él es... mi hijo- su voz empezó a resquebrajarse.

-Lo lamento earl Uthnarr, pero ya no hay nada de su hijo en su interior-

Volvió a mirar a Lorien otra vez, esta vez en su interior cayó en la realización de que sería la última despedida; el sentimiento pareció como un puñal que le desgarraba las entrañas; y nuevamente le besó la frente.

-¿Cómo lo hará?- dijo Uthnarr al darse la vuelta hacia el enfermero.

-Hay ciertas pociones en mi poder que le darán una muerta rápida y sin dolor-

-Hágalo- respondió sin dudarlo; con sus ojos enrojecidos.

La tormenta que se avecinaWhere stories live. Discover now